sábado, 23 de agosto de 2014

DECIMOULTIMA INCITACION (Écfrasis no visible)


Lívida pálida ávida túrgida se extiende tu pierna hacia el horizonte de tus uñitas pintadas en oscuro rojo granate en ese pie que en su soberbia exhibicionista espera de mis labios los cinco besitos, las cinco succiones fetichistas, los cinco roces fálicos en cada yemitas de esas breves joyas digitales. De fondo la puerta entreabierta para que el voyerista vicioso que te desea se desate en una escondida masturbación mirando ese muslo paliducho, la rodilla rolliza, la pantorrilla firme y el pie apuntando al mirón escondido. Me deslizo ascendiendo besando lamiendo ensalivando esa carne trémula, absorbiendo su tibia consistencia femenina, su suavidad expuesta y casi obscena, su juguetón descaro coqueto. Cuento una a una las manchitas de sus codificadas constelaciones, su genética desconocida y misteriosa, acaricio encopando el esquivo talón, beso el empeine y sobo la planta cosquillosa con la atrevida sensualidad de un tímido depravado. Y vino luego el deslumbre del muslo amplio en su palidez de convento, el primer plano esplendoroso de esa piel acariciada con las vehemencias del deseo, besada con hambre de macho urgido y pendiente. Una miríada de pequeñas manchitas que un día fueron ensalivadas por mi lengua ávida y carnívora rodean la mayor de todas que semeja un tenue corazón girando como un planeta en el inmenso vacío del tiempo de mi mano sin tocarla. Con crueldad de hetaira prohibida muestra el otro muslo semioculto sumergido en las blancas sábanas con sus tres manchas estelares llamando al hundirse voraz en su superficie insinuante. En el bode inferior el gris o celeste claro de las bragas como una breve franja seguida de otra mas breve aun de un negro luto de filosa daga. Y allí sobresalen apenas unos pelitos en el límite entre la carnalidad voluptuosa y la tela gris celeste, se asoman sexuales e invitantes, olorosos a sexo oculto, y puedo rememorar su textura filamentosa entre mis labios, su fricción de algas, el resabio de su sabor a vertical intimidad en mi lengua curiosa. Es esa velluda epifanía visual la que desata una lenta erección, el falo recupera el recuerdo de ese roce lateral a la penetración, la selva rala de tus vellos púbicos que circunda la húmeda vulva como una corona de musgo floral, y se yergue vencido por la última incitación.


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