Lívida pálida ávida túrgida se
extiende tu pierna hacia el horizonte de tus uñitas pintadas en oscuro rojo
granate en ese pie que en su soberbia exhibicionista espera de mis labios los
cinco besitos, las cinco succiones fetichistas, los cinco roces fálicos en cada
yemitas de esas breves joyas digitales. De fondo la puerta entreabierta para
que el voyerista vicioso que te desea se desate en una escondida masturbación mirando
ese muslo paliducho, la rodilla rolliza, la pantorrilla firme y el pie
apuntando al mirón escondido. Me deslizo ascendiendo besando lamiendo
ensalivando esa carne trémula, absorbiendo su tibia consistencia femenina, su
suavidad expuesta y casi obscena, su juguetón descaro coqueto. Cuento una a una
las manchitas de sus codificadas constelaciones, su genética desconocida y
misteriosa, acaricio encopando el esquivo talón, beso el empeine y sobo la
planta cosquillosa con la atrevida sensualidad de un tímido depravado. Y vino luego
el deslumbre del muslo amplio en su palidez de convento, el primer plano
esplendoroso de esa piel acariciada con las vehemencias del deseo, besada con
hambre de macho urgido y pendiente. Una miríada de pequeñas manchitas que un
día fueron ensalivadas por mi lengua ávida y carnívora rodean la mayor de todas
que semeja un tenue
corazón girando como un planeta en el inmenso vacío del tiempo de mi mano sin
tocarla. Con crueldad de hetaira prohibida muestra el otro muslo semioculto sumergido
en las blancas sábanas con sus tres manchas estelares llamando al hundirse
voraz en su superficie insinuante. En el bode inferior el gris o celeste claro de
las bragas como una breve franja seguida de otra mas breve aun de un negro luto
de filosa daga. Y allí sobresalen apenas unos pelitos en el límite entre la
carnalidad voluptuosa y la tela gris celeste, se asoman sexuales e invitantes,
olorosos a sexo oculto, y puedo rememorar su textura filamentosa entre mis
labios, su fricción de algas, el resabio de su sabor a vertical intimidad en mi
lengua curiosa. Es esa velluda epifanía visual la que desata una lenta
erección, el falo recupera el recuerdo de ese roce lateral a la penetración, la
selva rala de tus vellos púbicos que circunda la húmeda vulva como una corona
de musgo floral, y se yergue vencido por la última incitación.
sábado, 23 de agosto de 2014
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