En el principio envió la tierra; la mano y
los dedos, las uñitas pintadas de un rojo lujurioso, y después los cielos de sus
piernas con sus misteriosas constelaciones. Y la mano estaba vacía de
manipulación acechando para caer sobre el falo y aferrarlo en una masturbación
de locura y goces voluptuosos, abiertos sus dedos hasta los rubíes encendidos
refulgiendo en el negro cuero, dominatrix instintiva en los nobles metales de
sus pulseras tintineante, sensual y lúbrica, babilónica y onanista, como una
suave pulpo hembra dispuesta a envergarse en un seminal y placentero monólogo. Y
el dedo índice apuntaba al abismo de la íntima digitación, ya fuera en su
abierta flor humedecida o en la breve flor ceñida del otro cuerpo abandonado a
esa lanza flecha mástil o príapo penetrante de rojo glande brillante buscando las
propias aguas nupciales o los extramuros de la sodomización exultante. El
pulgar descansaba en ademán de tenaza esperando el tronco del miembro para
subir y bajar en celestiales vaivenes. Y dijo: que sea por el deseo excitado; y
fue así la luz de sus muslos llegada, de sus piernas sensualmente cruzadas,
sobre el blanquinegro jaguar y el tigre blanco, derecha sobre la izquierda con
la deliciosa línea que define su tibio contacto, y justo en el ángulo inferior,
en el vértice donde su unen las tersuras de sus piernas, una negra sombra
inquietante de borde difuso y de un color negro absoluto, son las bragas o la
champa púbica, ralos vellos o suave tela íntima, los ojos se achinan explorando
ese rincón salvaje, dilucidando la verdad desilusionarte del milagro; son sus
bragas. Y vio ella que la luz era buena; y separó la luz de las tinieblas, pero
no aun sus piernas incitantes.
lunes, 18 de agosto de 2014
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