martes, 12 de agosto de 2014

VISION DE MEDIODIA


Ahí está ella, madura, bajita, gordita, de imponente tetamenta, y ahí estaba yo mirando como si no mirará las evidentes protuberancias de sus pezones que se remarcaban notorias en las cimas caídas de sus pechos inmensos sin sostén bajo su pulóver amarillo aromo, apagado o sucio quizá. Entonces, en medio de un dialogo que yo iba olvidando mientras hablaba saca su pequeña chauchaera que guarda extrañamente en su cintura, apretada con el borde elástico del pantalón de su buzo gris sucio, y he ahí el destello instantáneo, la fugaz visión inesperada, la buena carta que me regala el azar en el lugar justo, el momento justo y la perspectiva visual exacta, he ahí a mi vista y deseos la abundante selva oscurísima de sus vellos púbicos, como una gata negra en un rincón oscuro, sin bragas, por esa sombra pilosa, enredada, hirsuta, por la textura no lisa de una tela sino irregular y caótica de una mata velluda y lúbrica. El mediodía se hace caluroso y sexual, una densidad carnal, lenta y sudorosa fluye entre su rostro redondo, humilde y sonriente y mi cara impasible, formal aunque afable. Las palabras de la breve conversación se van desgranando si que las escuche mientras mi imaginación se eleva por los paraísos invocados. Guarda su pequeña cartera en el mismo lugar de su cintura, pero ya no se repitió el prodigio. Sé que lo hizo sin malicia ni provocación, sin coquetería ni alevosía, solo lo hizo, inocente e ingenua, desprevenida, sin pensar que mis ojos voyerista insaciable ya acechaban sus grandes senos edípicos a centímetros por arriba del punto preciso de su delicioso “boloccazo”.


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