Ahí está ella, madura, bajita,
gordita, de imponente tetamenta, y ahí estaba yo mirando como si no mirará las evidentes
protuberancias de sus pezones que se remarcaban notorias en las cimas caídas de
sus pechos inmensos sin sostén bajo su pulóver amarillo aromo, apagado o sucio
quizá. Entonces, en medio de un dialogo que yo iba olvidando mientras hablaba saca
su pequeña chauchaera que guarda extrañamente en su cintura, apretada con el
borde elástico del pantalón de su buzo gris sucio, y he ahí el destello
instantáneo, la fugaz visión inesperada, la buena carta que me regala el azar
en el lugar justo, el momento justo y la perspectiva visual exacta, he ahí a mi
vista y deseos la abundante selva oscurísima de sus vellos púbicos, como una
gata negra en un rincón oscuro, sin bragas, por esa sombra pilosa, enredada,
hirsuta, por la textura no lisa de una tela sino irregular y caótica de una
mata velluda y lúbrica. El mediodía se hace caluroso y sexual, una densidad
carnal, lenta y sudorosa fluye entre su rostro redondo, humilde y sonriente y mi
cara impasible, formal aunque afable. Las palabras de la breve conversación se
van desgranando si que las escuche mientras mi imaginación se eleva por los
paraísos invocados. Guarda su pequeña cartera en el mismo lugar de su cintura,
pero ya no se repitió el prodigio. Sé que lo hizo sin malicia ni provocación,
sin coquetería ni alevosía, solo lo hizo, inocente e ingenua, desprevenida, sin
pensar que mis ojos voyerista insaciable ya acechaban sus grandes senos
edípicos a centímetros por arriba del punto preciso de su delicioso “boloccazo”.
martes, 12 de agosto de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario