Te imagino, con estufa encendida, sobre el
edredón de las fieras, desnuda y con un libro sobre tus piernas, el pelo mojado,
con las pulseras puestas y las uñas de intenso rojo furioso. Relumbran en la
mañanera penumbra tus mullidos glúteos, tus muslos en el escorzo de las piernas
cruzadas, tu pezón dormido en su carnal textura, la sombra de la oquedad de tu
ombligo, tu vientre pálido, tu pubis de vellos ralos, y la otra sombra de tu
vulva dibujada a fuego en las arenas de mi imaginación insaciable. Puedo
imaginar esas uñitas sobre tu muslo y las manchitas, tu mano rozando tu piel
constelada, tus dedos sin atreverse a ir más arriba, a rozar esos pocos vellos
más largos que surgen desde tu sexo, a buscar el deseo y su obscena consumación
masturbatoria en el sensible capullo de tu clítoris, en la bifurcada flor de
cuatro pétalos, en la humedad sexual de su denso néctar transparente. Logro sin
esfuerzo imaginar mi mano atrapada entre tus muslos apretados, entibiada en esa
trampa suave y atenazante, el roce de esos escasos vellos olorosos más largos
que surgen como oscuros esporofitos vúlvicos. Fantaseo por las lisuras de tu
cuerpo, por sus pliegues de madura buenamozona, por las tersuras más íntimas u
ocultas, por los sitios donde nadie te ha besado o lamido. Te voy imaginando
mientras te secas el pelo, mientras te vistes sin pudor y sin mirarte al espejo,
silenciosa y exhibicionista, imaginando
que te estoy imaginando en el otro lado de la mañana.
miércoles, 20 de agosto de 2014
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