Me gustaría llegar un día a aplacar las
terribles vehemencias insensatas e inútiles que anudan tus vísceras y te roban
el tiempo transformándolo en vanas arenas. Me gustaría apaciguar los sombríos
demonios que te acosan invencibles y te arrastran a los caudales de las furias,
de los celos, de las pérdidas y las soberbias soledades. Me gustaría apagar
esos fuegos inútiles que te hacen enfrentar una y otra vez los borrosos molinos
de viento de tu mundo puerta afuera, los fálicos saurios antediluvianos de tu
memorial de desengaños, y las salamandras venenosas que agreden los silencios
de tus vacíos insomnios. Me gustaría inflamar la reseca leña de tus deseos,
incendiar una tarde de otoño tu piel siguiendo el reguero de pólvora que va de
tus labios a tu pubis para revolcarme entre tus piernas hasta exorcizar en tu
alma intranquila los malignos designios de feroz inquisidora, de obsesiva
beata, de inconsciente o instintiva castradora. Me gustaría desaguar el embalse
donde estancas los ríos de tu sangre que aun contiene las esencias salvajes de
la hembra que se incineró alguna noche buscando la salida, la fuga, la huida.
Me gustaría desollar con mis dientes tus muslos níveos y tus suaves nalgas, tus
pechos maduros y el cuenco de tu ombligo, tu suculenta vulva y tus púdicas
axilas, vientre y espalda, pantorrillas y brazos, y vestirte de otra piel más
cercana y accesible con la que puedas al fin jugar mis juegos a boca abierta y
a ojos cerrados. Me gustaría clavar en tu perspectiva vital el desafuero o la
renuncia, la relajada displicencia, el ocio creativo y el amodorrado letargo
del abandono a las tibias aguas de la inercia, del azar que hace
intrascendentes las decisiones, del caos que asombra por su simpleza y que
anula el plan de todo destino.
miércoles, 9 de abril de 2014
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