A la oscura soberana de Douai
Primero un beso que te coma la
sonrisa, que beba de tus labios tu saliva, un beso entero de boca insaciable,
de lenguas que se traban buscándose con mordidas caricias y dientes que se
tocan. Después abriría tu blanca blusa de señorita con mis manos bruscas sin
desabotonar, rompiéndola como una flor que se rompe en dos pétalos abiertos,
rasgados en jirones, que dejen expuesta tu carne pálida y tus pequeños pechos
en sus copas como dos palomas quietas y asustadas. Entonces bajaría tu negra
falda cortita de un violento tirón hacia abajo, tú apretarías tus piernas
asustada y solo con la cinta tricolor en tu cintura y tus torneadas piernas
casi desnudas solo cubiertas con las suaves medias y tus bragas apenas
ocultando tu sexo. Te deslizaría la falda hasta el mismo piso para que dieras
un saltito y te la quitaras, y luego te sacaría tus tacones uno a uno acariciando
con sensual ternura tus pies. Entonces subiría y sacaría tu sostén para que esas
tibias palomas vuelen libres, y sacaría la cinta como abriendo un regalo y
luego te iría bajando las medias suavemente rozando tus piernas al ir
desnudándolas. Finalmente pondría mis dedos en el borde de esas bragas delicadas
y las bajaría con mi rostro muy cerca de tu cuerpo para ir oliendo tu perfume
de hembra ahí de frente a tu húmedo sexo ansioso hasta bajarlas a tus pies y
sacándolas dejarlas tiradas como una flor deshecha al final del verano. Y así
desnuda, solo vestida con tus anillos te haría el amor de pie como a una
estatua de la ardiente diosa que poseo en mis sueños.
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