jueves, 10 de abril de 2014

DESPILFARRO DE TU PIEL


Te niegas al regocijo de tu cuerpo de hembra atrapada en los mortales delirios de la cópula o en los solitarios estertores de la masturbación compartida en la intimidad provocativa de la distancia invencible. No asumes que la virtualidad es una ilusión que se puede vivir y sentir como tal, como un sueño erótico, como una fantasía creada por ti misma donde lo que importa es que el goce contenga la intensidad de lo real. Reniegas de la sublime algarabía de los cuerpos trabados en la plenitud de su consumación física, goce máximo posible y justificación de todas las miserias del afuera y del mañana. Te riges por la aciaga intolerancia que surge de tus recónditos temores infundados y por los rígidos principios heredados. Evades la concupiscente complicidad del pecado que libera, que trasciende la bruma del dolor y las pérdidas. No conjugas la lúdica búsqueda de los placeres eróticos —en festivos fetiches, dulces aberraciones o pequeñas perversiones— ni asumes sus privilegios con el ansia obstinada de cercanías y ternuras. Te marginas del sudor y la saliva, del derroche de tus íntimos sabores, de los densos escurrimientos seminales. Abjuras de la maravillosa sinrazón del sexo que se disgrega en un ayuntamiento de bestias sudorosas sobre el lecho humedecido mientras la tarde va sucediendo solo en el aquí y el ahora. Renuncias a dejarte vencer por la lascivia, a rendirte a la evidencia que hemos sido en delicioso pecado concebidos, a dejarte pervertir ingenua y curiosa como si no fueras tú. Te rehúsas a sellar las oscuras vertientes de tu hiriente verbo inquisidor, y por eso siempre beso tu boca para conquistar tu silencio.

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