Te siento en la piel reverberando como un
calor encendido en la yesca lujuriosa de la obligada castidad del quinto día y
en la mente alma espíritu burbujeando en tu voz en tu verbo en tu grave mirada juzgadora.
Es la pecadora y libidinosa avidez de ti, de tu cercanía, de tu cuerpo y de tus
desafiantes beaterías, tu lejanía de esfinge y tu soberana actitud de faraona.
Te deseo mucho más de lo que imaginas o percibes en mis sexuales juegos de
palabras o en mis acechos sigilosos para no despertar tus recatos y de ahí tus
furias de vestal mancillada. Has que saber que hacía ti bullen esas “pequeñas e
inocentes” perversiones, en ti se incrustan mis devoraciones carnales, en ti
ansío consumarme como un macho depravado y como un niño asustado, a la vez
estremecido y uno. Me declaro enviciado en tus sensuales sinuosidades cuando tendida
sobre el lecho como una virgulilla desnuda voy recorriendo a mano viva y boca
ensalivada tu silueta que arde como los fuegos eternos del delicioso infierno
de los concupiscentes y los obscenos. Por eso voy a ir a enseñarte con besos y
lamidos bucales y vulvales a entrar en mis intensidades rompiendo de un envión masturbatorio
o forniciante tus cristalinas filosas intolerancias, sin presiones ni
artilugios de circo pobre sino simplemente uniendo nuestros deseos, provocando
la alquimia grata e insensata que desanuda nuestra brutal incomunicación y así comencemos
siempre desnudos a compartir lo que ambos secretamente poseemos. Te abriré los
cajones que guardo en los túneles y en las cloacas de mis instintos
subterráneos y ahí en medio de tu espanto curioso e incitado violentaré tu
voluntad de resistencia para desvirgarte entre quejidos y arañazos en los
calientes caudales de un amoroso soborno.
domingo, 13 de abril de 2014
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