Ella se lo quita de encima, lo
pone boca arriba y se sienta sobre su cara. Dice“Lámeme”. Él se abraza a sus
piernas y sorbe el coño viendo desde abajo mejor que nunca sus tetas, su cara,
cómo se muerde el labio inferior. Él saca la lengua al máximo y la pone rígida.
Ella ve lo que quiere hacer y le cabalga literalmente la cara. La lengua es
larga, él saborea el interior de ella, de vez en cuando bebe de sus fluidos,
que salen intermitentemente, densos. Se los bebe. Pasa su dedo pulgar por el
pequeño triángulo de vello púbico. Lo acaricia. Con la lengua dentro de su vulva
y las vistas que tiene de la mujer sobre él, teme que su pene eyacule por su
cuenta. Ella puede notar esa ansia en su cara, y ve cómo la verga sigue dura al
máximo. Así que con su mano derecha le palmea -la pichula- dos veces, él sabe
que si esas palmadas hubieran sido en otra parte del cuerpo, debido a la
excitación se hubiera corrido como una fuente. Sin embargo han sido eficaces, y
parece que su semen se ha tranquilizado un poco, aunque sigan acumulándose
enloquecidamente. Ahora sigue sorbiendo de su zorra, y le coge las tetas con
las manos; le aprieta los pezones, se los pellizca, y eso parece enloquecerla.
Ella se contonea como bailando encima de su cara; todo su peso encima de su
cabeza resulta dulce y sabroso; los movimientos de la chica hacen que tenga
ganas de volver a metérsela hasta ponerle los ojos en blanco; quiere ver sus
tetas bamboleando. Pero antes, ella comienza a temblar, un espasmo, dos, y unos
ardientes chorros vaginales van directos y calientes a la boca y la cara de él.
La verga da un respingo. Ella bizquea y sonríe como ida, cuando acaba su
orgasmo, le da un último refregón en el rostro desde la barbilla hasta la
frente dejando un húmedo rastro sexual como las babas de un caracol.
sábado, 5 de abril de 2014
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