viernes, 4 de abril de 2014

NA VIERNES


Ahora no sé que hacer con los viernes, si vivirlos como si fueran jueves o sábados, o hacer como que nunca es viernes, dejar la semana con un agujero solemne como tumba o abismo, o dejar que el quinto día suceda como finito, apegado a los muros como hiedra, como vaho en el vidrio de la ventana que da a la lluvia, como ceniza tibia aun en el cenicero. Antes era un día glorioso de carnales golosinas, de carnaval lujurioso y nocturnas alturas marinas, de piel con piel y miembros entreverados, de lamidos y succiones que se iban deshojando entre quejidos y susurros, de atardeceres tiernos donde los besos se confundían con las mariposas salvajes y el sabor a hierbabuena con ron y hielo. Pero vino la castradora con sus locas paranoias, sus imaginarios delirios persecutorios, sus terribles y apocalípticas inquisiciones que presagiaban la hoguera y el escarnio, el suplicio y el eterno castigo de un infierno habitado por erectos demonios fálicos y ninfómanas meretrices babilónicas. Y los gratos viernes del desove se convirtieron en un desgarro de soledades mal llevadas, de silencios atravesados y dolientes ausencias, en una triste sequía de salivas derramadas y fluidos genitales, en un vacío estremecedor de manchitas en los muslos, del pezón insensible,  de las bocas hambrientas y las manos onanistas. El dies Veneris perdió su antropofágica consistencia de goces libidinosos y turbias perversiones, la sublime secuencia del cunnilingus a la felación, del contenido orgasmo a la imperiosa eyaculación, se disgregó en un destello de furias insensatas e inútiles explicaciones, se quedó atrapado en la mustia penumbra de lo pudo ser, sin un aquí ni un ahora. Ahora no sé que hacer con los viernes derrumbados, si buscar otro venusterio que esta vez en el portal declare el Semper fidelis o rendirme a la evidencia voluptuosa de que toda evocación es un deseo, y que este único deseo tira más que una yunta de bueyes. 

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