Yo rompo la sinuosidad de tu cuerpo, la
sublime belleza natural de tu desnudez sobre el lecho, la tibia palidez de
mármol o alabastro en su tenue suavidad carnal, el triangulo impúdico demarcado
por tus pezones y los vellos de tu pubis. Yo te insto a la lujuria esencial del
verbo y la caricia, del beso que irrumpe y abarca, de la flor abierta y el
tallo erguido, de los ciertos matices de tu dulce madurez otoñal, de tu
invierno mezquino que avanza lento e incontenibles señalando con su fría
escarcha los pliegues de tu piel. Yo desato los nudos que te impiden
incendiarte hasta languidecer extenuada de tibias salivas y perlados sudores,
poseída hembra desatada, inserta o insertada, inerme y saciada, revoloteando
entre la sensualidad y la ternura, impregnada de licores seminales, ansiosa de
seguir viviendo las inconstancias de una cópula que atraviesa los verbos, los
quejidos, los enjambres de susurros salvajes, las líquidas y densas vertientes
de eyaculaciones y orgasmos. Yo invado tus territorios nocturnos como un lobo
escondido en la luz de la luna, sigiloso voy lamiendo tus fluidos, mordiendo
tus labios, pene/trandote con la tierna levedad del amor que se sexualiza en los
apremiantes deseos que te acorralan contra el muro de tus miedos a desplegarte
hembra en la verticalidad lasciva de tu vulva. Yo soy tus demonios, tus
pecados, tus fantasías, tus suspiros sin eco en la doliente parsimonia de la
soledad donde te enjaulas y clausuras, el macho pervertido que confinas a las
arenas de tus insomnios que se desperdigan por tus sábanas cuando el vacío
nocturno se te clava entre tus senos intocados.
jueves, 3 de abril de 2014
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