“Te oyera aullar,
te fuera mordiendo
hasta las últimas amapolas,…”
El Fornicio. Gonzalo
Rojas.
En tu cuerpo te habito hondo en las honduras
de las noches de clara luna llena y derramo en ti mis deseos empotrados,
escaldado en tu lascivia salvaje de hembra estatuada, penetrante imbuido y
sacrílego, esbozo una caricia larga tendida por la tersura repetida de tus pechos
en sus pezones altivamente erguidos. Desgajo tus muslos, huelo y sorbo el
brebaje que vierten en su juntura olorosa y empapada, resbalo mis yemas
ansiosas por la vellosidad impúdica hasta el despeñadero solemne de tu capullo
inhiesto, de tu fálico vestigio femenil, encapsulado en su rosa carnal acechando
el lamido sutil o la voracidad succionante de mi boca costal. Yergues el arco
de tu cuerpo excedido en la ardiente opalescencia del molusco hambriento que
acecha anegado en sus propios jugos verticales destilando en densa
vertiginosidad las fragancias esenciales premonitorias del fornicio desesperado
que incubas en tus axilas y en tus ingles en frugal desparpajo. Te incendias con
viscosa laxitud desplegada sobre el tálamo donde te asumes secreta meretriz e
impía sacerdotisa envilecida en los orgiásticos bacanales de los plenilunios donde
danzabas desnuda incitando a reiterados estupros y violentas sodomías a sátiros
brutales y faunos sibaritas. Justificas en la sinuosidad taciturna de tu
silueta incontenida la desbocada percepción de inquietantes pecados y atávicas
herejías posibles, te adueñas de los espasmos, de los estremecimientos, de las
íntimas lubricaciones, de las feraces e incontenibles eyaculaciones. Ardes crepitas
humeas, invocas la cadencia de la cópula, provocas obscenas tumescencias,
desatas soeces vocabularios que nunca alcanzarán a describir la plenitud de tu
misterioso sometimiento, desbordas la noche de clara luna llena, empotrada.
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