Eres, estás, escondida en un
silencio de río manso, lento y cansado, habitas intersticios, grietas o fisuras,
te acomodas en la noche durmiendo en los armarios, en el vuelo de los sombríos
pájaros nocturnos, te quedas dibujada en los muros, quieta, sensual y asexuada
como el óleo inquietante de un desnudo femenino, lejana e intocable, soberana
de tu piel y tus deseos, solitaria en tus propios deshielos, ausente invocada,
hurgando en tus vigilias, bajo las cenizas, en la humedad de los parques, en los
devaneos secretos y la transparente infidelidad que te hacían brotar en mitad
de los inviernos y florecer antes de las primaveras. Eres el sigilo con que
escurren mis caricias por tus muslos entre las sábanas que se adhieren a tu
desnudez, la lasciva concupiscencia de mi boca abarcando tus pechos, afanada en
tus pezones, niño macho surgente en su sed y su hambre de ti. Estás en los
lamidos con que mi voracidad incesante recorre tu pubis engarzado o incrustado,
jardinero insaciable de tu flor ansiosa, feroz insecto polinizador embriagado
por su dulce aroma de rosa en otoño. Eres el cuerpo desaparecido bajo los
camalotes siguiendo el curso predecible de la corriente zaina diluido en las
arcillas impalpables por las lluvias aguas arriba. Estás en la salvaje
voracidad de las islas de los surubíes y las silenciosas garzas albas como
algodones entre los pajonales de las orillas. No eres la vigencia de la lujuria
insensata que desbordaba las mañanas apaciguando los tormentos de la carne,
pero estás incólume en las magnolias de los instintos y las pulsiones, en la
intranquila vergencia de la eterna cópula donde toda virtualidad se consuma. Otras
veces eres pero no estás.
martes, 8 de abril de 2014
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