Sentí el vaho caliente de tu boca orando por
mis pecados, tu saliva como una pequeña garúa tibia en el lóbulo de mi oreja, por
mi cuello, cruzando mi pecho de tetilla a tetilla, corroyendo mi estomago,
cercando mi ombligo, fluyendo como una viscosa babosa sexual por mi vientre,
lenta, húmeda, succionante, atrevida a ojos cerrados, a manos incesantes. Me
voy dejando escurrir engullir extasiado en tus vehemencias impúdicas, afanado
por tus labios babeantes zigzagueantes en curso fijo a los fálicos lugares en
erecto despliegue, me desato en cosquillosos corcoveos, es surgencias
preseminales premonitorias de la vertiente de la última instancia. Me someto a
tu voracidad bucal en medio de la elemental angustia del deleite por venir,
entregado rendido anhelante, destrabo mis censuras incipientes, te azuzo con
quejidos soeces, con murmullos libidinosos, con la respiración agitada,
levantando el vientre para acercarte apresurado al territorio donde consumarás tus
lujurias a puerta abierta, en descampado, sin beaterías ni recatos medievales. Sentí
tu aliento calcinando mis pecados como un incienso que me purificaba de malas
pasiones, de perversidades y aberraciones, de desacatos y solitarios vicios
carnales, me fui quedando quieto adormecido mientras iniciabas con refinada
lentitud los lamidos, besos pervertidos y succiones depravadas en tanto frotas
sobas aprietas el carnudo objeto del goce viril. Hay un destello
fulgurante, un relámpago que rompe la quietud serena de la tarde allí en lo
alto, un abismo que se abre socavado por tu oralidad abarcante en mis instintos
y eyaculo incontenido derramado estremecido, avergonzado, en la tibia oquedad que
me absorbe entre tus labios que siguen pronunciando el mantra más sagrados de las religiones
dhármicas.
martes, 22 de abril de 2014
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