martes, 22 de abril de 2014

ORADORA


Sentí el vaho caliente de tu boca orando por mis pecados, tu saliva como una pequeña garúa tibia en el lóbulo de mi oreja, por mi cuello, cruzando mi pecho de tetilla a tetilla, corroyendo mi estomago, cercando mi ombligo, fluyendo como una viscosa babosa sexual por mi vientre, lenta, húmeda, succionante, atrevida a ojos cerrados, a manos incesantes. Me voy dejando escurrir engullir extasiado en tus vehemencias impúdicas, afanado por tus labios babeantes zigzagueantes en curso fijo a los fálicos lugares en erecto despliegue, me desato en cosquillosos corcoveos, es surgencias preseminales premonitorias de la vertiente de la última instancia. Me someto a tu voracidad bucal en medio de la elemental angustia del deleite por venir, entregado rendido anhelante, destrabo mis censuras incipientes, te azuzo con quejidos soeces, con murmullos libidinosos, con la respiración agitada, levantando el vientre para acercarte apresurado al territorio donde consumarás tus lujurias a puerta abierta, en descampado, sin beaterías ni recatos medievales. Sentí tu aliento calcinando mis pecados como un incienso que me purificaba de malas pasiones, de perversidades y aberraciones, de desacatos y solitarios vicios carnales, me fui quedando quieto adormecido mientras iniciabas con refinada lentitud los lamidos, besos pervertidos y succiones depravadas en tanto frotas sobas aprietas el carnudo objeto del goce viril. Hay un destello fulgurante, un relámpago que rompe la quietud serena de la tarde allí en lo alto, un abismo que se abre socavado por tu oralidad abarcante en mis instintos y eyaculo incontenido derramado estremecido, avergonzado, en la tibia oquedad que me absorbe entre tus labios que siguen pronunciando el mantra más sagrados de las religiones dhármicas.

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