Fue el letra a letra que pauteaba con sensual
descaro la secuencia y la intensidad de los deseos mientras la noche ancha y
ajena discurría pequeñita en distancia y en cercanía, ebulliciones y
desasosiegos la colmaban sin dejar espacio ni tiempo para otros menesteres que
no fueran la ansiada reincidencia pecadora. Lo que frente a frente no se dice,
ahí en la enigmática y clandestina virtualidad electromagnética se dijo sin
ambages, escondidos de la brutal censura del convento y la tímida vergüenza del
monasterio. Las palabras en parcos mensajes fueron ardiendo en la leña reseca por
los demorados e intranquilos celibatos, las manos dedos aquí y allá convergían
en excitados genitales desatando los goces fastuosos del onanismo compartido. Y
fue sucediendo a la vez un sentimiento profundo, sincero y nada lujurioso, y un
sabor de carnales golosinas y un antiguo carnaval lujurioso de altos nocturnos
marinos. El último movimiento de la erótica sinfonía se dilapidó feraz en
suspiros ahogados y grititos salvajes. Fue una voz susurros quejidos que pauteáron
con voluptuoso desparpajo el final del clitoriano destello, del sublime orgasmo
soberano. Fue otra voz susurros quejidos que pautearon con voluptuoso desenfado
el final del fálico destello seminal, de la sublime eyaculación soberana. Fue
una revelación de goces y consumaciones de eróticas tecnologías. No fue el
chasquido violento de un beso robado ni el tardo transcurso de una cópula con
sus preámbulos y monotonías, sino un imprevisto presagiado, un quiebre de
continuidad latente, viva y ardiente, con esa consistencia viscosa con que se
deslizan los voluptuosos caracoles. Fue la íntima conexión de dos seres extraviados
en las locuras del amor bajo los signos de los tiempos, cuando la búsqueda del placer
sigue los mapas obsesivos de los misteriosos delirios sexuales.
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