lunes, 13 de junio de 2016

VISIONES DEL PARAISO


Masturbación entre germinales burbujas.

(Antes de la visión del paraíso). Solo alcanzo a percibir tus penumbras, tu silueta recortada en un lecho imaginario, el contorno desnudo de tu cuerpo fosforeciendo en la intensa oscuridad de mis deseos, solo puedo reconstruir tu imagen desde los tenues esbozos de tus otras sombras ya vistas y diluidas por otros ojos que no fueron los míos. Solo quiero dibujarte con mis lujuriosas anilinas, con mi verbo anochecido, teñir tu piel con los colores desbocados de una cercanía impúdica y premeditada, poseer el trazado perfecto de tu íntima rosa y su húmedo perfume, adueñarme del sabor de cada uno de sus pétalos palpitantes, dejarme caer lánguido y poético en el tibio abismo que se oculta entre tus pechos. Solo ansío naufragar en los oleajes de la saliva de tus besos para alcanzar el cálido refugio de las dulces arenas de la playa de tus labios y deshojar tu boca adormecido por la cadencia sublime de tus susurros. Solo deseo soñarte a partir del eco de tus latidos o del aroma que dejas a tu paso por los lúbricos silencios que desatas cuando te me niegas en el secreto retrato de tu luminosa desnudez. (Ante la visión del paraíso). Fue la luz fulgurante de tu piel desnuda solo escindida por la fina y sensual línea roja de tus breves bragas, ese rojo hilo que dibuja la perfecta curva de la suave comba de tu cadera, que demarca las tibiezas deseadas por el erguido túmulo del macho embobado en ti y por ti enceguecido por tus exuberantes sinuosidades, por las mórbidas dunas del litoral de tu nombre o del ardiente desierto de tus insomnios. Fue tu desnudo impudor desafiante sobre el lecho ya imaginado hasta el vicio, tu pelo de perfumada miel sobre la almohada, uno de tus senos asomado bajo tu brazo como el maduro fruto de tu exquisito otoño, los pérfidos ángulos de tus femeninos codos, tu muslo expuesto a los voraces ojos del sátiro hambriento que te mira, tus túrgidas nalgas separadas por la carnal e inquietante medialuna desde donde nace la estremecedora línea que separa los mármoles de tus piernas de gacela, fue la sedosa palidez que habita entre el destello final de tu hombro y la tersa flexura de tu rodilla, y fue, allá arriba frente a tu rostro invisible, el elegante adiós de tu soberano meñique.


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