sábado, 11 de junio de 2016

AYER MASTURBATORIO


Fue la mano en frote vehemente, la mirada clavada en las cinco sublimes visiones de los fragmentos carnales de su cuerpo deseado. Ella allá extasiada oyendo los bramidos de la bestia masturbándose, su voz es caricia lujuriosa avivando la hoguera mañanera. Se mezclan sensaciones reales y sonoras, los ojos-lengua lamiendo penetrando, los ojos-verga surcando penetrando, la mano onanista en el intensamente imaginado estupro flagrante, y ella allá abierta, mojada y receptiva oyendo los quejidos del sátiro pajeándose. El erótico paisaje que explica y justifica son los cinco otros dedos visuales que incitan a consumar el dulce y gozoso pecado solitario. La mano y su metálico anillo en el piloso pubis tirando hacia arriba la carne trémula para exhibir con mayor desparpajo el cerrado ojal vertical de la vulva bajo los lúbricos pliegues de las carnes maduras. La mano de anillo y pulsera con los dedos índice y del coeur clavados en el molusco tentador que en su humedad caliente palpita bajo ese sexual hurgamiento. El pubis expuesto total para su detallada visualización, sus ralos vellos púbicos, el surco vulval con su almacigo de algas olorosas, las lascivas huellas y marcas de la exuberante madurez, las piernas juntas para dibujar la perfecta Y de los muslos y las ingles. Los glúteos suaves y mordibles, el curvo escorzo de la zanja donde casi asoma el ano en el límite del descaro de la calentura exhibicionista, casi el periné y después la vulva bien mostrada como un blando fruto de dos gajos y sus hirsutas guedejas. La comba ampulosa de una nalga, el largo y oscuro cauce intergluteal que esconde la flor anal de los machos delirios sodomíticos, más abajo el breve cauce del sexo como la mórbida línea de las cárneas valvas de una almeja al acecho. La mano acelera su ritmo pajero, aprieta el tronco y corre/descorre su tierna piel, tenso el glande de oscuro rosado brilla en fálicos destellos, viene el estertor definitivo y saltan los chijetes de quemante semen escurriendo por la mano que era la otra mano, y ella allá se hunde en sus propios deseos oyendo los últimos gemidos de macho saciado.


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