Mimetizados en gélido
bosque.
Fue tu voz en la
espesura umbrosa y solitaria del bosque de tu nombre, allí entre el alto
eucalipto y el toxico duraznillo negro, en el escondrijo del fauno incendiado
por los fuegos que generas con tus imágenes, tus palabras, tus esencias
esparcidas por el frío de la tarde, fue tu caricia transmitida que guiaba mi
mano en la buscada y gustosa ceremonia masturbatoria, fue tu voz azuzando el
deleite escondido en la fronda del boscaje, la ferviente ansiedad de poseerte
hembra desde este lejos pero ahí en tu cercanía de intenso perfume y delicada lujuria,
fue el entorno salvaje de insectos y hojas amarillas de otoño final, de pájaros
ateridos, de geranios dormidos esperando el invierno de mañana temprano. Fue la conjunción de
cómplices vegetaciones y de previas complicidades, la que nos dejo varados en
los mismos deseos, soñándonos en el mismo sueño, y me dejé fluir por el
encantamiento de tus voces y me despeñé por el acantilado que tú abrías ante mí
para ir a morirme de goce eyaculando en el paraíso imaginado de tu mano. Y fue esa
tu mano y tus dedos pecadores que repitieron el rito allá en tus íntimas comarcas
de mujer ansiosa, en ese ámbito de tu presencia voluptuosa y mi sombra rondando
en el tenue roce de tus pechos abrumadores, de tus pezones sensibles, de tu
vulva abierta como una olorosa magnolia de mi nombre, y fue el beso profundo
que abarcaba tu boca con mi boca en una trabazón de lenguas exasperadas y
sucesivos oleajes de salivas, el que te llevó entre silenciosos gemidos al
hondo abismo del orgasmo. Y fue entonces la cópula imposible de mariposa y
caracol que se consumó en nuestros cuerpos cogidos por el mismo embrujo que se
buscaban desde antes de todos y todas por los tortuosos laberintos del tiempo y
del espacio con las desesperaciones en carne viva y los labios entreabiertos y
los ojos entrecerrados.
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