sábado, 11 de junio de 2016

DELEITES MONTUOSOS (i)


“Aquí va algo para ti, sólo porque eres mi mago maestro.” E.

Delicias que me regalas querida alumna, mi geisha deseada hasta la eyaculación masturbatoria, me calientan tus carnes abundantes en su pálida voluptuosidad exuberante, las amplias combas en mullidos excesos, las curvas cárneas en sus máximos deleites, el todo de tu cuerpo monumental de generosa hembra excesiva. El poeta se aferra con seguridad a las carnes de las mujeres trozas. Naturales. Generosas. Deliciosamente voluptuosas, de glúteos espléndidos, y muslos y hombros llenos, metáforas de la fertilidad, tal vez, talladas en homenaje a una matrona insaciable de las postrimerías del matriarcado; y en las mujeres rollizas de Rubens, y las madonas renacentistas, el ideal femenino representado por la mujer madura y más opulenta que desgarbada, de amplias, acogedoras pechugas, con los cebos de las rosas del amor y la roja lujuria, un útero espacioso y una pelvis confortable y sólida, y depósitos generosos que garanticen la lactancia suficiente a través de la recurrencia de los paraísos orales, en ella están cuajadas todas las  atracciones de la carne. Viva. Desnuda, deseable (ii). Me erecta ese notorio pezón punzando el rojo erótico de tu corpiño, me erecta gozar la íntima visión de tus bragas moradas que ni un macho ha desvirgado con otro ojos no míos, me erecta tu escote con tus tetas opulentas desbordando el brasier por su abundancia y sobresaliendo en los pliegues de tus axilas en lúbricas blanduras. No carecen de un encanto prometedor aquellas mujeres cuya ropa las deja escapar a pedazos, un pecho arisco, unos muslos suculentos, y cuyas nalgas se alejan prolongando la despedida de un temblor de agradecimiento, o reproche, cuando se van. El regusto que deja una mujer que retiene el agua justa como una ola. Y recuerda palabras como floreciente, fruto, redondez, salud y mambo (ii). Me engolosino en la roja rosa de tu boquita pintada, me imagino su saliva untando mi glande y tus labios coloreando con su rojo fuego la suave piel del tronco de mi verga erguida, mientras tus ojitos pícaros esperan ver a boca de jarro la erupción del denso semen de la invocada eyaculación.

(i) “La espalda que bien resalga, / Y parisiense la nalga; / La riñonada montuosa: / Decid si no soy hermosa.” Eustache Deschamps

(ii) Levemente editado de un párrafo de “Elogio de las mujeres gordas”, del poeta nadaísta Eduardo Escobar.


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