Solo verdes plumas podían “elevar” la
"pita".
Verde el suave plumón y verdimarrón el largo
plumaje de las remeras primarias, verde el cordón con las pequeñas esferas que
incita a depravadas chinerías, color carne deseada tus muslos juntos y de claros
ocres de las manchas lunares como breves hojas de un fogoso otoño sexual, y de
tinte de dulce miel los vellos ralos que convergen como finos hilos hacia el
surco humedecido, ese tenue jardín de algas olorosas que bordean tu tetralábico
molusco escindido y horadado en su carnosa humedad, que se esconde palpitando
bajo las plumas listas al vuelo sobre eróticas comarcas allá en la altura
inexpugnable de tu frió castillo de esfinge intocable. Los
bellos vellos son otro plumaje del penacho que se surge majestuoso desde tu
vulva invisible repitiendo el vaivén de tu caminar desnuda como te imagino
siempre, o son quieto musgo cuando estás tendida sobre la pantera blanco y
negro como una provocativa musa o sargazos lujuriosos a medio sumergir en las
tibias aguas de tu remanso diario. Son siete los pecados de tus mórbidas
piernas atrapando los sueños de este fauno erecto y punzante que babea por los
contornos y los pliegues y los poros de tu piel desnuda en incitante y amistoso
exhibicionismo imaginando (imaginándonos) mi nariz hundida en esa secreta tundra
impura que trafica en tu entrepiernas, en su vaho perfumado a ti hembra ansiosa
y que se derrama en la comba triangular de tu pubis y se curva elemental en la
medialuna de tus ingles. Y todo desemboca en esa turbiedad de briznas y plumas
donde tu sexo es el vórtice voraz al que mis dedos lengua labios pene sueñan
penetrar para desaparecer y diluirse en un continuo goce de vuelos y olores.
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