Morimos enhebrados,
gozándonos, buscándonos.
Y vino la noche
repetida en tu lecho y el mío, yo esperaba ansioso que tu verbo encontrara la
luz en la silenciosa oscuridad de tu ausencia, eras musa ardiente ahí en el
calor y la lluvia de tu ámbito y yo era acá fauno ansioso y aterido en el frío del
final de mi otoño. Y viniste a mí nocturna y desnuda, y fui acariciando con un
solo dedo tu cuerpo entero, intruseando, hurgando, buscando hasta encontrar la
delicia de tu fresa escondida en tu pubis, en ella deslicé mi lengua de abajo
hacia arriba abriéndola como una flor sagrada para lamerla bien adentro de ti,
toqué con mi glande mojado tus pezones y seguí acariciando tu desnudez en la cálida
oscuridad, calladito, volví vicioso a tu rostro y besé las comisuras de tu
boquita, la punta de tu nariz, tu barbilla, besé despacito el canalillo entre
tus pechos y luego tus senos mismos, uno y otro y otra vez, mi nariz rozó tus
pezones, uno y otro y otra vez. Tú querías tenerme ahí contigo y te montaste
encima de mi, me comiste a besos, me devoraste, nos frotamos hasta que salió
candela trabados en un abrazo largo y lento, me lamiste todo desde el cuello
hasta abajo, y chupaste mi pene, mi glande, pegada ahí excitada y voraz, te lo
metiste hasta la garganta succionando delicioso, y vuelta loca preguntaste si
tomabas toda mi leche o yo la regaba en tus pechos… Y me derramé denso y lechoso
en tus senos marcándolos para siempre con el semen quemante de tu macho que te
posee desde ahora también para siempre.
Nota.- En cursivas los
ecos ardientes de su voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario