martes, 7 de junio de 2016

DEJÁ VÙ


Vi tu mano en tu molusco carnívoro, en esa rosada y carnal humedad y el deseo surgió como un vaho lujurioso que subió desde tu vulva a mis instintos. Así conocí el color de tu sexo, el espesor de tus dedos y sus anillos, las pequeñas pintas de rojo en cada una de tus uñas, el matiz verdadero de tu piel más tenue, y el ralo jardín de tu enclave moluscular. Con mis dientes afilados mordí tus labios, y no los de tu boquita pintada de ese innominado rojo misterioso, sino los pétalos de la mandrágora sedienta que urge mis insomnios y mis más depravadas fantasías. Me inserté en tu rosa anegada de fiera hembra poderosa, me desdoblé dentro de ti, intenso y latiendo, me apretaste, me absorbiste, me diste tu saliva en un beso largo, muy largo, que nos llevó al orgasmo y la eyaculación en un coro de gemidos, me arrastraste a tus lujurias hasta que vertí en tu vientre el licor del macho desesperado. (Habrás sentido mis labios en tu vulva abierta como los belfos de una bestia insoportable tironeando tus vellos púbicos, mis labios apretando tus labios otros y verticales, mi lengua surcando y después mi príapo penetrando, o quizá tus dedos ninfómanos habrán reemplazado la dura introducción, el roce capturado, el ritmo del sifoneo, y llenado ese mojado vacío de la rosa abierta esperando). Te abracé luego con mis ternuras acumuladas, dibujé tu boca con mi dedo lentamente, besé tu frente con todo el amor posible y me disolví en tu crepúsculo como un nocturno pájaro extraviado. Cerré mis ojos para volver a soñarte y el león saciado comenzó a entrar en tu sueño.


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