Me abrumas de erectos deseos, de las ansias insobornables de besar
tu pezón del coeur, sublime alimento
para mi épica obsesión. Pero es esa tu gruta del deseo
la que absorbe mi eyaculacion como un molusco sediento, la que erige mi
incestuosidad ansiosa en ti por ti y me incita a gozarme, a buscar en mis más
antiguos recuerdos la sensación de mamar de tus pezones como un bebé macho y
depravado y perseverar sin esperanzas en el intento de irrumpir en tu vagina hasta
tu útero y ahí cobijarme de los vanos días de fríos celibatos. Eres fiera
madre, hembra salvaje, me untas de tus aguas sexuales, mi carne endurecida te
penetra hasta hacerte cerrar los ojos y violenta tu mojada profundidad, en ti
me vierto, estilo y derramo hasta sentir tus temblores uno a uno en el estruje
brutal que propinas a mi miembro en los confines de tu orgasmo. Y te poseo
desde dentro de ti, desde tu madurez tibia y mojada concentrada en la tierna y húmeda
babosa sajada que acecha
hambrienta en tu pubis, origen y esencia de mis
nocturnas erecciones. Solo deseo enterrar
mi mástil en el carnoso molusco que palpita entre tus piernas repitiendo la
íntima simbología del conchepiedra que perdurará en el bosque como una obscena
alegoría de nuestros escabrosos deseos, como una profana metáfora ilustrada y
concreta de los momentos sentidos más adentro de la piel y aún de las vísceras,
donde lo imaginado, lo escrito, lo experimentado como carnales sensaciones en
el sexo abierto y en el sexo erecto se convirtieron en andesítica verga y en
vúlvico carbonato, conciliando una eterna litología malacológica con una
perpetua malacología litológica.
Imagen: “Conchepiedra”, escultura y fotografía
del autor.
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