Descreo de la piel desnuda sobre el lecho
esperando en su vaguedad de silencio cómplice, sigilosa serpiente dormida,
desato los nudos del deseo y me hundo naufragado entre sus pechos, delicado,
sufriente, niño solo en las raíces perdidas, me anego de su boca quien sea la
hembra soportando los rigores de mis desamparos, inicio rituales de adolescente
subterráneo, ceremonias de desacatos y traiciones, dejo mi manos abarcar los
cariños extinguidos, la perversa saciedad que pervive en los pliegues de sus
vientres, en la oquedad salvaje de sus pubis, en sus muslos que atenazan o
disgregan según la hora de la lujuria o del desencanto, besos los besos que van
dejando en mi dominio las extraviadas, las de solemne soledad y las que
urdieron sus sueños en las islas del insomnio, las voy amando por fragmentos a
contraviento de mis tenues insistencias, las rompo, las disuelvo en el tibio
brebaje del engaño consentido, y las recupero irreconocibles en sus propios
espejos, entonces les tomo la mano ocluida a mis ternuras y las hago florecer
abiertas en sus rosados pétalos urgentes, juego a ser adentro macho
enternecido, a sorber sus salivas y sus néctares, a vagar por las sinuosidades
del susurro, a poseerlas penetrando con la nostalgia salvaje del pasajero, del
ausente, del solitario, me calcino entre sus piernas, asalto la voluptuosa
convexidad de sus nalgas para anidar mis furias entre sus senos, para socavar
con mi labios la soberana incestuocidad de sus pezones, y me voy deshaciendo en
secretas penitencias, en una otredad sin palabras, en el tierno descaro del
perdedor desesperado, para que ellas me dejen dormir alguna vez acurrucado
entre sus brazos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario