Y nos quedamos ahí, quietos
silenciosos nostálgicos a cada lado del vidrio con los ojos fijos en breve
icono verde que delata la presencia del otro en la misma dimensión del deseo,
la cercanía y la amorosa trabazón. Y nos quedamos rememorando otras instancias
verbales y carnales, los barrocos del día, los altos atardeceres sobre el mar
ilusorio allá donde los barcos esperan la noche, los roces lamidos en la piel
ansiosa, en los labios los besos que abarcan en su abierta insistencia la
lujuria que va floreciendo sobre las cuadriculas de los felinos salvajes. Y nos
quedamos contenidos sin atrevernos a reiniciar los celos y las incomprensiones,
las molestas beaterías y las desagradables perversiones, la boca que socava tu
vulva y la boca que yergue mi falo, las manos onanistas que aferran y aprietan
eyaculatorias masturbaciones y los dedos que hurgan la orgásmica vaginalidad. Y
nos quedamos atrapados en los vanos orgullos, sediento de ron y hierbabuena, de
las salivas y los néctares genitales, hambrientos de morder las voluptuosas
carnes del sexo atardecido, de la sal de los sudores y del aroma púbico que
enciende y desata íntimas humedades y explicitas erecciones. Y nos quedamos
extasiados, separados por el cristal, lindero, frontera o abismo, imaginando
como será ser otra vez lo que fuimos, desnudos sobre el lecho jugando los
libidinosos juegos sexuales del amor y las fugas hacia muy adentro del nosotros,
corriendo como niños por nuestros laberintos, chapoteando en las ciénagas de
los instintos sin censuras ni limitaciones, abiertos a esa maravillosa
sensación de estar vivos. Y nos quedamos acobardados, quietos silenciosos
nostálgicos, esperando con esperanzada certeza o triste incertidumbre que el
otro, siempre es el otro, atraviese la fría superficie del espejo.
sábado, 24 de mayo de 2014
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