Para cierta Rosa
Tú sabes que mis letras van,
buscan, exploran, urgen el verbo, allí cada musa es única e irrepetible, en
cada una se consuman los textos que inspiran, cada una es un sueño distinto, y
cada una enciende su propia locura. No pensarás que a mi edad, este cansado
vagabundo, va a cambiar de piel y va a ser fiel como nunca ha sido, madame, dejémonos de truquitos verbales
y ven a vivir tu última locura conmigo, entrabados en el duelo, deja tu recatado
vestidito en la puerta y cierra los ojos para que solo sientas mis manos
embrujando tu cuerpo. Y cuando cierres los ojos para verme y dejes tu boca
aleteando a la espera del beso, cuando la turbulencia desaforada de la pasión
que quema tus alas en mi cercanía te arrastre sin rumbo y sin sentido, cuando
te vuelvas otra vez niña asustada entre mis brazos de fauno encendido, hallaras
tú misma el rescoldo del fuego que encendió los bosques de nuestras ansias.
Debes saber que acá llueve, que el día se vino con una nostalgia densa y lenta,
y que yo busco tu piel en las hendijas que deja la lluvia para en su tibieza
escapar del día, busco esos tus besos mojados por la llovizna, así, presentía
que cuando sentía la lluvia en mi piel era la dulce saliva de tus besitos, y
cuando callejeo por el barrio bajo el aguacero me vas besando calladita de ida
y vuelta hasta que vuelvo a la casa empapado de tu boca, y nadie se da cuenta
de nada porque eres la querida perfecta, que todo das y nada pides. Como no
amarte entonces si mientras leo tu pequeña poesía de adioses y de celos voy
sintiendo que somos dos amantes clandestinos queriéndonos en secreto a la vista
de todos, y leo mis propias palabras en tus labios como un escondido beso
verbal, y sobretodo intensamente consumado en ese ultimo verso de los
extravíos, porque eso es lo que siempre he querido ser en tu vida, un loco extravío,
como ese sueño irrecuperable en que mi boca duerme en tu seno desnudo y mi mano
se desliza impúdica entre tus piernas en busca del goce incesante. Miro otra
vez tu retrato y te veo difusa, como perdiéndote en el difuminado del domingo
allá gris como acá nublado y frío, pero no tu piel que resplandece en su dulce
alabastro virginal y donde mis manos asumen la ternura en imaginadas caricias de
macho niño encelado intentando ir por tu escote buscando la intimidad de tus
pechos para naufragar en la incesancia de su tibio y mullido oleaje que
provocan tus furias de hembra celosa.
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