Navego en el agua tierna de tus ojos. En su
azul celeste, en su leve tenuosidad que percola la imprevisible transcurrencia
del tiempo, el retorno incesante del desierto, el mar quieto de gaviotas en las
ventanas. Soy el que te ama (y desea) en medio de la borrascosa tormenta del
secreto y la torpe timidez ante la majestuosa persistencia de tu voz, del roce explicito
de tu mano en mi brazo de piel a piel en una imaginada tentación implícita.
Navego por años en extraviadas singladuras por los mares de la distancia y del
desasosiego, sirena imposible, sin portulanos ni cartas de marear, buscando las
orillas de tu atardecer aun sin crepúsculo perceptible, la altísima cuesta de
las palmas y los pitosporos, el agua esparcida en la vereda, las otras aguas
claras en su ardiente turbiedad escondida donde sublimé en tu ausente cercanía en
otros cuerpos, fetichismos desesperados, la vaguedad instintiva de mis deseos y
pequé de ti sin ti por tu tibia piel intocable. Esta búsqueda sin esperanza
define los confines de mi eterna melancolía. Y me regalas furtiva naranjas
mandarinas peras, frutas de tu sabor, tu aroma y tu perfume, que intentan darme
tu boca, fruta prohibida, en el fúnebre misterio de la triste intangibilidad de
tu presencia. Sículo esclavo, heredero de la sombra del sin ti, solo puedo
imaginar sin pecado tu delgado cuerpo de sílfide virginal desnudo sobre un
lecho que semeja un paraíso un espejismo un sueño de otras primaveras, la
tierna consistencia de tus senos para mí intocados, el rosado inquietante de
tus breves pezones, puedo imaginar la tibia y húmeda doncellez tu pubis
impenetrable, puedo dejarme naufragar en esos recuerdos de ti que no poseo y
nunca poseeré porque conozco el sagrado vinculo de tu materialidad insoportable.
miércoles, 21 de mayo de 2014
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