jueves, 1 de mayo de 2014

MADURAS, BIEN MADURAS


Me gustan las maduritas descocadas, las que dan más de lo que piden, las que ayudan a buscar explorar pecar y experimentar la sexualidad pendiente, las que ya no les interesa el vano orgullo de la inútil soledad y han roto el sello que no las dejaba vivir hasta los conchos de las últimas vendimias, las que guardan el recato inhibidor para los domingos en hora de misa, las que usan y abusan del sensual descaro, aquellas que se solazan en la impudicia como si fuera un perfecta virtud, que saben con sabiduría pragmática que el mundo siempre está por acabarse y que esta cueca es de una sola pata, las maduritas coquetonas que juegan sus ultimas cartas con la tersa tensa turgente voluptuosidad de las doradas uvas de su otoño o la tibieza concentrada entre sus pechos para capear los últimos inviernos. Me gustan pálidas, fantasiosas de edípicas e incestuosas intenciones, voluptuosas con calculada ingenuidad, juguetonas de ternuras y mentidos amores, de amplia y mullida tetamenta, de pezones oscuros y grandes aureolas como soles antiguos, de muslos anchos y matriarcales caderas abarcadoras, de pliegues y rollitos a destajo, de vulva dilatada como húmeda y suculenta rosa perfumada de final de estío, de manos enternecidas en insistentes caricias y labios llenos de besos. Me encantan vestidas de lúbricas flacideces y blandas dulzuras, de tiernas carnes maduras que incitan al voyerismo vicioso y a las lujurias desatadas, que socavan los pudores y las vergüenzas cuando cual majas desnudas tendidas en el lecho se muestran curvilíneas, pulposas, femeninas. Me atraen esas arrugas en la cara, el lascivo sobrepeso, alguna cicatriz en el vientre, y las estrías que les han dejado los buenos años, porque les otorgan una exquisita, transparente, y libidinosa belleza. Me gustan las maduras bien maduras porque en ellas ya ha decantado la miel de la evasiva feminidad que se acumuló durante sus tantas ociosas y vanas primaveras.

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