Pensando en Cecilia
P.J., y agradecido de la Comtesse por la incitación.
De ideas opuestas, de ámbitos divergentes
aunque de orígenes similares, de actividades diferentes, casi cuarentona, (veinte años no es nada), profesional
leguleya, concejala, intendenta, ministra secretaria general, vocera, apasionada
por el fútbol, chuncha de alma, casada, dos hijas, bullanguera y tana por
adopción, arquera de reflejos increíbles y una leona de mirada desafiante. Hembra
muy hembra de sexualidad poblacional, morenaza de pelo largo negro natural, y
crespo original ahora alisado burdamente, desordenado con puntas irregulares y
sin rastros de tintura, estatura media, vestimenta tirando a llamativa coqueta
exhibicionista, con sus típicos vestidos de una pieza siempre ajustados a su armónica
figura de grandes pechos amplios y edípicos de nítida exhuberancia, cinturita
marcando las anchas y sensuales caderas de viciosa cumbanchera. Seduce sin
tocarla con su vulgaridad salvaje, su sensual soberbia de mujer que se sabe
deseada hasta el lecho, mordida y violentada, y su insolencia sexual de
inquietante meretriz babilónica. Su mullida tetamenta imponente arde en la boca
que se imagina allí lamiendo succionando sus oscuros pezones protuberantes en
medio de sus grandes aureolas morenas. Las manos que observan sus caderas de bailanta
de barrio y chinganas prostibularias sienten su dureza lujuriosa de “negra
rica”, la suavidad áspera de sus muslos henchidos, de sus pantorrillas musculosas,
de su vientre plano donde el ombligo reina en ese pedazote de pellejo bien
tonificado. Los labios presienten la hirsuta negra y reluciente champa de su
pubis, su olor animal, su humedad sazonada, su sudor agrio surgido de tumultos
y apretones. La verga se hunde en una imaginaria y continua penetración hasta
que pida recurso de amparo, mientras su rostro de guerrera camboyana hace
groseras muecas multiorgásmicas y su voz ronca y vulgar va pronunciando un
rosario de palabra soeces y libidinosas grosería apurando la eyaculación entre
el furioso deleite de la cópula. No es linda, pero ya me quisiera restregarme
contra ella cuerpo a cuerpo desnudos, deslizar mis manos, mis labios, mi lengua
por esas curvas de imperfecta joya artesanal. Es cierto, ya no está donde estuvo,
pero la sigo reviviendo redeseando cada día en la Jueza porque a vista de buen
fauno pervertido, son esensualmente iguales.
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