“Hice de ese mediodía un poema
recuerdo tus manos
llevando mi cabeza
donde siempre lo
soñé
mi boca gritando
gozosa:
¡Ven, que tengo
sed!”
Giovanna Robinson
Rangel
Pervertirás tu cuerpo en el mío, densa hiedra
anudada o lento húmedo caracol vestigial, ansiosa tu carne más ardiente
sucumbirá a los ardores de mi boca, te irás deshaciendo en pequeñas lujurias
abrasada por las fiebres ensimismadas del orgasmo, serás fragmentada por los
deseos desperdigados en el lecho que irrumpirán por los volcánicos poros de tu
piel encendida por los fatuos fuegos de la cópula atrapada entre el trato
injusto y la vehemencia desesperada de mi falo por tu abierto paréntesis carnal
enjugado de tus íntimos brebajes. Bajarás tu testa coronada ungida por la
depravada insistencia de mis manos enredadas en tu pelo, desanudada y
desnudada, desbaratada y desatada, bucal y lingual, soberana de tus ansias y
succiones, poseída por la intimidad manoseadora, frotante y perturbadora, que
presagia las derramadas eyaculaciones, el ardiente extravío en las
voluptuosidades de los sexos descarriados, la ferviente promiscuidad de ser tú
en mí, yo en ti, y ambos en nosotros. Te verterás sobre mi vientre como fiera
hembra en un celo y luto milenario buscando la penetrante posesión de su macho
solo en las trabadas vicisitudes que devienen de los besos iniciales mordiendo
tus labios emboscados. Saciarás tu sed y tu hambre en mi provocadora rigidez,
tiesura o erguimiento, simularás locura o embriaguez, negarás o mentirás, pero
jamás podrás extirparme de tu cuerpo porque lo habito como un lujurioso
parásito aun más adentro de ti misma, allá por las oscuras honduras donde
nadie, nadie, ha llegado nunca, y tu lo sabes y sé que también así lo sientes
cada vez que tu cuerpo desnudo se repite para mí en los espejos.
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