Para mayor gloria
de Sita Kyasarin
Torneados mármoles encapsulados en fino
nylon, a la vez suplicio e epifanía, tentaciones de idolatrías sacramentales,
de herejías pánicas, de sueños incrustados en delirios de muslos y
pantorrillas, de tobillos y rodillas, de tacos negros, de ajustado vestido
negro con blanco atravesado, de ojos clavados en las delicias de las piernas
juntas en su recato o en exuberante desparpajo exhibicionista. Atracción infernal,
sensual invitación a convertirse en voyerista estatua de sal, no hacia atrás
sino allí delante abajo a media altura, convergencia carnal que difumina todo
el entorno y solo deja el resplandor iridiscente de la piel en sus extensas
extremidades. No el cruce pudoroso que deja pie, canilla y rotula expuestos y
los muslos semiocultos en el coqueto pliegue u oquedad de la falda, no el irse
alejando taconeando por las veredas del deseo con las miradas enviciadas en las
pantorrillas voluptuosas, no la desnudez plena y sexual de pie ante el lecho o
en el recostadas en el ángulo cuyo vértice incita a la cópula, sino la
exposición cautivante que hace bajar los ojos inevitables para seguir el juego
de cruel procacidad, de insolente desvergüenza, de cruda indecencia, de cínico atrevimiento
y sutil obscenidad, bajo el dulce y tierno tul de una inocente casualidad o una
inesperada circunstancia. Fémur, tibia y peroné, cálcicos monumentos especulares
en sus suaves y tibias envolventes de carnalidades lujuriosas, divinas
perfecciones hechas a mano maestra. Doble regalo visual envuelto en delicados
celofanes, telarañas que atrapan la fugacidad de la imaginación en la grata
penumbra compartida. Incitaciones a imposibles lamidos desde la puntita del pie
hasta la corva de la cadera o el vórtice vulval. Crueles, pervertidas y
deseadas provocaciones sin más alternativa que el imperecedero y quemante recuerdo.
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