“Sabes lo que
me gusta oír y me lo rezas”. Amante, M.I.
Usufructo de tus
pezones invisibles coronando esos prominentes e intocables paisajes lunares,
las sinusoidales dunas de arenas maternales, esas tersas
curvas invocantes, turgencias que
devoran mis ojos impenitentes enviciados en tus mórbidas curvaturas del último delirio.
Iniciaré la travesía que va desde las comisuras de tu boca, por las altivas
culminaciones de tus pezones, por la intimidad de tus axilas y la breve
concavidad de tu ombligo, por los circulares alabastros de tus rodillas hasta
los mismos empeines de tus pies, describiré las orbitas irrevocables alrededor
de tus lunas incesantes, buscaré vestigios de tu aroma en las oquedades de mis
instintos y sentirás tenues mariposas en tu vientre rozando a mano limpia tu
íntima rosa enervada. Dices ‘blusa’ y juegas sin piedad
con mis ansias desbocadas, con mi deslumbre claramente lunar por esas tus
combas lunas tibias a medio amanecer, y puedo imaginar transparencias temblorosas, bamboleantes, mecidas por tu
respiración ansiosa bajo el blanco impuro de tu máscara ingenua (i), y te dejo traficar con mis obsesiones por tus errantes plenilunios hasta que la
ortografía se me hunda en tus naufragios. Déjame que viva ahí mis pequeños
deseos imposibles, entre tus palomas quietas, en su tibieza atrapada en sus
altivos capullos, déjame soñarme como un niño en tus dunas de arenas
maternales, déjame asistir a mi suicido invocando las cadencias de tus
voluptuosas blanduras… Pero ya basta de ilusorias contingencias, ahora debo
seguir buscando tus escotes en “el junco de la ribera y el doble junco del
agua, en el país de un estanque donde el día se mojaba, donde volaban inversas, palomas de inversas alas” (ii).
(i) M.A.I.J.
(ii) “Romance de barco
y junco”, del poemario Camino en el Alba, Oscar Castro, 1938.
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