Allá la luna hermosa, lujuriosa pero
también inocente y pura, como tú lejana, distante y a la vez clara y
transparente, fría en su altura inalcanzable con su pálida claridad inmóvil e
insensible, aquí el ovalo vertical en el muro como la superficie de un agua
quieta, dormida, reflejando tu nocturna intimidad. Primero tú reflejada sentada
en tu lecho, angelical y serena, en ese ámbito tan tuyo de ternuras perfumadas,
el burka blanco sedoso satinado como un señorial “tuto” de aquellos antiguos
tiempos en los que eras poseída en los atardeceres de unas calles por donde
caminaban desconocidas gentes invisibles, y nosotros entre ellos llevando el
encendido fulgor del deseo en nuestras tímidas manos de amantes felices. Luego
el mismo ovalo de la elipse biselada con tus pechos llenos, desbordando
pudorosos las copas del brasier, tus senos ampulosos, constantes y deseables
para mis manos que sueñan su tersura en impúdicas caricias encopantes, los
breteles caídos con sutil descaro para dejar expuesto a mis ojos macho la
perfecta suavidad de todo tu pecho, la Incisura jugularis, las Incisura
claviculares (i), el perfecto canalillo, la comba absoluta de tus senos
abundantes, la camisola ahora en misterioso pálido rosado bajada exactamente
hasta debajo de tus pechos para resaltar su mullida voluptuosidad y esférica
blandura, tu actitud altiva y soberana, entregada al denso deseo que me
suspende en tu altura y tu delicada sensualidad. Ahora quiero que cada vez que
te mires en ese espejo sientas mis ojos recorriendo tu cuerpo, como un prodigioso excarabajo desconsolado de
transparente virilidad o como un lujurioso ángel sumergido. Eso quiero.
(i) Referencia
original: Poema “Anatomía en el pequeño bosque”, mismo autor, misma musa, 29 de
Marzo de 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario