Eres mi mujer capricho, y mi cálida amante pero también mi dueña, la
que bebe en mi río y me moja en su fuente poderosa
(i). Dueña eres de la dulce
madurez y la sensualidad desenfadada, tus años me
devoran la piel porque poseo el privilegio delicioso de asistir a la vendimia
de todas tus vidas, por eso quiero colorear mis labios con los tuyos, quiero
ese rosa lila que a veces parece violeta, quiero su color y su sabor, morderlo
con ternura carnívora, atraparlo allí mismo en tu boquita pintada como una
húmeda y esquiva mariposa. Virgen eres sin pudores extenuantes ni recatos de
pájaros dormidos, tuyo el don de transparentar las blusas y desabrochar los
escotes, de invocar sueños de un tibio y ampuloso canalillo con mi rostro ahí
sumergido y yo fuera de este mundo. Poseedora eres de húmedas rosas abiertas y locas
mariposas de alas pintadas con coloridas anilinas o tímidos capullos que
esperan el delicado roce de la yema de mi dedo para despertar y abrirse
estilando su aroma abrumador a sal
de mar y a oleosos moluscos hambrientos. Señora eres sobre todos tus
insinuantes dominios de abundantes lunas llenas, de sus tórridos tormentos y
sus edípicas obsesiones, del deseo incontenible de deslizarme por ti acanalado frotándome
en tu cuerpo desnudo como si fueras mía desde antes que
tocara tus pechos con mis ojos de niño sediento, de sentir tu boca en mi piel incitándome a
soñarte a mi modo salvaje y solitario, de sumergirme en esa esencia tuya y emborracharme
de ella para ir ebrio de ti a morderte los labios y besarte por entre tus senos
rumbo sur vertical hacia la rosa deseada. Sé que ya es tarde para la fuga o el
suicidio, ya eres, y siempre volveré a ti y a tus lunas vagabundas (ii).
(i) Paráfrasis, (en la tercera acepción de la RAE), de dos versos de
“Eres mi eco”, M.I., octubre 2015.
(ii) “Mi fuente y tu mar”. M. I., abril 2016.
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