"Si quieres resultados distintos,
no hagas siempre lo mismo". Albert Einstein
Verla quitarse el brasier era como
presenciar un culto ritual para una deidad pagana. La manera en que lo
desabrochaba con los brazos colocados en la espalda activaba los huesos de los
hombros prominentes que se agitaban marcando sus clavículas. Su piel blanca
como la cal se volvía transparente cuando la tela azul se separaba de sus
pechos y descubría milésima a milésima y en cámara lenta los pezones de
mermelada que excitados y entumecidos pulsaban al ritmo de su corazón. La
prenda cayó en el suelo y ella caminó hacia mí con los brazos extendidos. Los
círculos centrales en sus pomelos llenos de vida infectaban con la necesidad de
besarlos hasta que se deshicieran en la boca, como un chocolate de color rosa
psicodélico que hipnotizaba al primer contacto. Quería morderlos, besarlos,
lamerlos como un helado de fresa bañado en LSD. Amar a sus pezones con mi vida.
Ser amamantado por una chica loca enferma de complacer a los enfermos y amar
sin reciprocidad. Comer el primer alimento al nacer, porque eso era lo que me
sucedía con ella. Volvía a nacer cada vez que me dejaba incrustarme en sus
senos de sirena asesina como una sanguijuela y succionarla hasta que mi alma
estaba satisfecha (i). Y la seguía soñando después que me dejaba
envuelto en su bruma perfumada, la veía otra vez cuando entraba al cuarto con
su altivez de reina imperiosa y me miraba desde su lejos con un desdén
humillante, y comenzaba a desnudarse como si yo no existiera.
(i) “Senos
de sirena”. Asaph ‘In Sadness We Trust’, 2015.
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