domingo, 1 de mayo de 2016

TERCER CANTO POLIFONICO DE INFINITOS INTENTOS


"Si quieres resultados distintos, no hagas siempre lo mismo". Albert Einstein

Verla quitarse el brasier era como presenciar un culto ritual para una deidad pagana. La manera en que lo desabrochaba con los brazos colocados en la espalda activaba los huesos de los hombros prominentes que se agitaban marcando sus clavículas. Su piel blanca como la cal se volvía transparente cuando la tela azul se separaba de sus pechos y descubría milésima a milésima y en cámara lenta los pezones de mermelada que excitados y entumecidos pulsaban al ritmo de su corazón. La prenda cayó en el suelo y ella caminó hacia mí con los brazos extendidos. Los círculos centrales en sus pomelos llenos de vida infectaban con la necesidad de besarlos hasta que se deshicieran en la boca, como un chocolate de color rosa psicodélico que hipnotizaba al primer contacto. Quería morderlos, besarlos, lamerlos como un helado de fresa bañado en LSD. Amar a sus pezones con mi vida. Ser amamantado por una chica loca enferma de complacer a los enfermos y amar sin reciprocidad. Comer el primer alimento al nacer, porque eso era lo que me sucedía con ella. Volvía a nacer cada vez que me dejaba incrustarme en sus senos de sirena asesina como una sanguijuela y succionarla hasta que mi alma estaba satisfecha (i). Y la seguía soñando después que me dejaba envuelto en su bruma perfumada, la veía otra vez cuando entraba al cuarto con su altivez de reina imperiosa y me miraba desde su lejos con un desdén humillante, y comenzaba a desnudarse como si yo no existiera.

(i) “Senos de sirena”. Asaph ‘In Sadness We Trust’, 2015.


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