lunes, 1 de diciembre de 2014

ESA MANO


Per grazia di Firenze

La mano suave en la majestuosa penumbra, el metal de los anillos marcando a fuego lento la delicada piel del prepucio, las pedrerías refulgiendo en las pocas luces que entran por los intersticios de los adobes y las hendijas de la vetusta madera, la opacidad amarilla de la luz de la mañana en la ventana encortinada. La femenina mano que manipula, masajea, masturba, menea, aprieta y excita, tierna e inquietante, sin preludios ni protocolos, incluida en un silencio primigenio, lejos de arrullos mentidos o caricias falsas, solo la mano ahí rompiendo el celibato, reemplazando nupcias e infidelidades, con la ternura primitiva de la grata tolerancia voluntaria, sin remilgos beatos ni torpes censuras. La mano tibia lenta tierna opresiva que rodea ciñe estrecha estimula el miembro sensible jugando un fálico juego de deliciosos vaivenes, que repite el rito el vicio el ritmo de púberes placeres iniciales, de antiguas y asiduas lascivias solitarias. La mano virginal que no consuma pero abre los diques del desborde de la densidad seminal derramada en otra mano confabulada, el estertor de la eyaculación, el goce vertiéndose vertiginoso. Los breves espasmos, los mudos quejidos, las palabras entrecortadas en vehementes monosílabos. Después la sonrisa venerable, la complicidad y la discreción, la misteriosa e ilícita amistad confabulada que florece desde la lechosa semilla. Se sabe que Se va la mano que te induce. Se va o perece (i), pero hay una mano, suave en la ardiente penumbra, que perdurará incrustada en los cristales eternos de la agradecida memoria. Esa mano.

(i) Mariposa de otoño, Pablo Neruda


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