martes, 30 de diciembre de 2014

ULTIMOS ACOSOS DEL FAUNO BARROCO IV


(En clave final, 4/6 y 14/18)

Torbellino de rojo y piel desnuda, de bordados en el ruedo, filigranas de la lujuria contenida, de recatos sobrepasados por la urgencia de los deseos, de pudores que se derrumban allá en las solitarias noches de luces de barcos en la altura de un castillo de piedras calientes y aguas volcánicas, de manchas lunares que se despliegan por los muslos esperando los besos ensalivados y los lentos lamidos premonitorios de un sexo oral que se extienda repetitivo e intenso como una larga plegaria impura en la tarde de los campanarios. Lúbrico remolino de masturbatorias sensaciones, de piernas acariciadas en el tormento de la cópula que se escurre por las tundras de las furias irrisorias y los celos infundados, de piernas cruzadas negando la epifanía de los vellos púbicos asomados incitando, de piernas juntas que cierran al goce penetrante o al placer lengüístico (sic) la flor abierta de la vulva húmeda en su vertido celo de hembra reprimida. Quemante tolvanera que arrastra el reseco polvo de la noche por sobre las florcitas del claro y delgado edredón, por el suave anaranjado de la sábana, y por los ojos pervertidos del mirón hambriento, en una turbulencia excitante de pierna muslo rodilla pie, en la cegadora palidez lunar de un contenido exhibicionismo que cosquillea clandestino en su cuerpo de musa solidaria. Espiral de vértigos del rojo iridiscente, sedoso, que va y viene como un oleaje voyerista que solo ha de consumirse en la distante eyaculación del macho enredado en la dulce trama erótica tejida a seis puntos por la hembra deseada.   


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