(En clave final, 4/6 y 14/18)
Torbellino de rojo y piel
desnuda, de bordados en el ruedo, filigranas de la lujuria contenida, de
recatos sobrepasados por la urgencia de los deseos, de pudores que se derrumban
allá en las solitarias noches de luces de barcos en la altura de un castillo de
piedras calientes y aguas volcánicas, de manchas lunares que se despliegan por
los muslos esperando los besos ensalivados y los lentos lamidos premonitorios
de un sexo oral que se extienda repetitivo e intenso como una larga plegaria
impura en la tarde de los campanarios. Lúbrico remolino de masturbatorias
sensaciones, de piernas acariciadas en el tormento de la cópula que se escurre
por las tundras de las furias irrisorias y los celos infundados, de piernas
cruzadas negando la epifanía de los vellos púbicos asomados incitando, de
piernas juntas que cierran al goce penetrante o al placer lengüístico (sic) la
flor abierta de la vulva húmeda en su vertido celo de hembra reprimida. Quemante
tolvanera que arrastra el reseco polvo de la noche por sobre las florcitas del
claro y delgado edredón, por el suave anaranjado de la sábana, y por los ojos
pervertidos del mirón hambriento, en una turbulencia excitante de pierna muslo
rodilla pie, en la cegadora palidez lunar de un contenido exhibicionismo que
cosquillea clandestino en su cuerpo de musa solidaria. Espiral de vértigos del
rojo iridiscente, sedoso, que va y viene como un oleaje voyerista que solo ha
de consumirse en la distante eyaculación del macho enredado en la dulce trama
erótica tejida a seis puntos por la hembra deseada.
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