Es el sol que te lame las piernas
cruzadas desnudas sobre el mullido jardín cuadriculado, es el sol que penetra
por tu alta ventana e ilumina con su tibieza sensual la piel pálida y suave que
provoca y excita en su desparpajo procaz, es el sol que te acaricia distante como
si fueran las yemas de mis dedos arrebatadas en un éxtasis de tocar palpar digitar
las torneadas columnas que guardan el templo de tu sexo en su húmeda
convergencia. Y se asoman tímidos los vellos por el negro borde de las bragas,
escondidos allí en el lúbrico pliegue de la ingle, giran las manchitas
esparcidas en las eróticas curvas convexas de tus muslos, se desgranan como
pequeñas hojas de tu madurez otoñal sobre las claras y ardientes arenas de las
playas del deseo. Negra la íntima prenda que oculta esconde niega la comba
deliciosa de tu pubis, el Monte de Venus, el surco de tu vulva cerrada como un
capullo en los inicios de la olorosa primavera. De fetichista horizonte tus
pies en sus lejos con sus deditos con sus uñitas pintadas de los oscuros rojos
lujuriosos de los quemantes granates. En tres imágenes todo se incrusta y se
erecta, la sexualidad soleada, la pierna derecha sobre la izquierda y después a
la inversa, y antes la rodilla cubriendo la otra rodilla y la amplia combadura
del vientre en un negro amenazante es la invocación de Eros, la provocación
desvergonzada a la masturbación inevitable, sin los límites de tus antiguos
pudores o las miserias de tus malditos recatos.
jueves, 11 de diciembre de 2014
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario