Pour la belle jambe de la Comtesse.
Tu muslo amplio como un río ancho
y lento que desemboca en el mar de tu pie lejano en su horizonte de uñitas
pintadas con los furiosos rojos de las pasiones esperando. Es la mujer madura
tendida sobre el lecho de su cuarto donde aun falta el sillón y el espejo
hermoso, no la gitanilla amorosa y delicada de apenas diecinueve años
primaveras cuando era niña beata que si se moría se iba al cielo en tierna
santidad de vida aun no vivida, no la hembra florecida de dos décadas y media en
su mediodía sugerente que va inquietando las arenas de la playas con esos
muslos firmes de beldad virginal y sonriente, provocando a los océanos que la
poseían excitados con sus espumas y toda su sal marina; ni la sílfide de los
fríos oleajes del mar Pacífico ni la sirena juvenil del mustio y caluroso Atlántico,
no esas musas antiguas que las ventoleras de los sucederes se llevaron entre
los trabajos y los días. Tu muslo suave con sus manchitas desperdigadas en un
azar sexual que arrastra por el torrente carnal de mi voyerismo desesperado y tu
exhibicionismo confuso de la egoísta con sus dones y fulgores. Tu muslo, nada
más, por su convexidad carnal, mullida, sensual, por su ilimitada sensación de
goces perdidos; el lamido, el beso marcado en ardiente saliva, la caricia
impune, la caricia tierna, la caricia lasciva, la caricia hirviendo en las
lujurias, por el despliegue en desparpajo de altos y pervertidos atardeceres. Tu
muslo de mármol elemental y de pulida madera clara, tu muslo constelado de
florcitas otoñales con su girasol de corazón o mariposa, tu muslo, tu rodilla y
tu pantorrilla, allá abajo el tobillo, el talón y tu pie como al descanso, tus
deditos dormidos, tu pierna entera vista y deseada, la piel pálida en su
exuberancia sensual e incitante. Es ese muslo pleno como el estío y dulce como
el otoño en sus últimas vendimias el que talvez la va llevando a un lugar
soleado y discreto en el rincón de los que cayeron en tentación en el mismísimo
infierno.
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