(En clave final, 3/6 y 8/18)
Sobre equivocados augurios de
ausencia, sobre los extravíos de la ira y los celos, sobre desencantos y
desengaños, sobre el lecho inmersa en las cómplices penumbras del pudor, apenas
iluminada por la difusa luz de una claraboya, sobre la sábana de tenue gris suave,
ahí, sola y exuberante, quemándose entre sus propias cenizas. En otro sitio,
sin luces de barcos anclados en el molo allá abajo en la otra noche distante,
en un segundo arriba de otro pequeño castillo, en un silencio que delata su
fugaz exhibicionismo, en un extraño cuarto del color misterioso de oscuros
granates, repetido en el oleaje del edredón (de franjas rectas gris fucsia y negro muy feo) del que solo se
percibe su raro tinte rojo letón. Un marrón oscuro y fantasmagórico de una
cartera de cuero abruma indescifrable tal como la puerta cerrada del mismo
color y un surrealista cilindro verde claro en el alfeizar interior de la cegada
ventana. Ahí, cercada en la cabecera y a los pies por frisos de blancos mármoles
y molduras segmentadas de blancuras y grises metalizados, y cuatro piñas como
vigilantes balanos. La camisola de satinado gris resplandeciente con rositas cautivas
dentro de breves rectángulos en bellísimo estilo romántico, oculta con recato
lo prohibido de mirar a los mortales no elegidos. Y en el centro esencial sus
muslos y sus manchitas lunares, sus piernas de tersa piel lamida besada gozada y
solo uno de sus pies, aun por disfrutar, sin vellos púbicos asomados incitando,
ni el surco de su ingle, ni su vientre ni su pubis, ni su vulva, ni su vulva, ni
su mismísima vulva. Es ella, única, ahí: une
délicieuse vieille falifa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario