(En clave final, 1/6 y 3/18)
Por el nudo de tus piernas
bajando en torrente de lamidos y besos y saliva, dejando las huellas de caracol
de mis deseos desesperantes, trazando sus tibias convexidades de mancha a
mancha y manchitas en sus carnales constelaciones. Por esos territorios de tu
muslo delimitados por la alba espuma de la sábana superior, el blanco formal
con su fina línea roja y la franja gris de la sábana de allá debajo de tu
cuerpo, y arriba sobre tu piel acariciándola el ruedo de la camisola de un verde
agua clarito casi gris tenue sedoso con sus varias listas blancas y una que
otra verde azuladas dispuestas según un misterioso código de barras que ha de
indicar al vehemente vicioso cuantos besos, cuantas caricias, cuantos lamidos
corresponden a cada breve mácula de ese incitante archipiélago. Y me tienes
durmiendo en un sueño de tus piernas cruzadas con esa pálida piel derrochada en
mis ojos profanos y esa nueva manchita que aún no conocía, que es como una luna
refulgiendo en el plenilunio de tu muslo y que más temprano que tarde me la voy
a comer sin sal ni aliños, así en carne viva, titilando en la avidez de mi
lengua carnívora. Sobre el fondo oscuro del silencio y la hondura se iluminan
tus muslos, mullidos y lúbricos, apretados entre sí sin dejar fisura por donde
mi mano pueda insertarse y deslizarse por esa suavidad ilimitada y voluptuosa
del interior de cada uno para ir morirme de prematura eyaculacíón ahí en el
húmedo y caliente surco de su abierta confluencia.
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