A Manuela Consuelo Soledad Palma Callosa viuda de Pajares
Extraigo las últimas gotas de los
sumos masturbatorios, la mano estruja en su desespero los goces solitarios, los
espasmos fálicos, el glande amoratado, el prepucio obnubilado por el placer
masajeante, imagino obscenas secuencias de coitos y orales consumaciones, todo
tiende a lujuriosas rememoraciones, a aquellas circunstancias donde se
desbordaron reprimidas sexualidades. La mano es vulva o boca mamante, los ojos
horadando las escenas prohibidas, buscando en la memoria las sensaciones de un
olor, un sabor, un tacto en húmeda blandura, en los labios la deliciosa
rugosidad de un pezón y su aureola. Divago ebrio de los vertiginosos ardores de
la profanación manual, masturbación paja ipsación puñeta onanismo, ese túnel
sin salida, ese tabú, tema vetado indecible vergonzoso, musgo de intimidades, el
mero acto de proveerse placer sexual a través de la gloriosa estimulación del
miembro ansioso, la caricia a mano propia en el cuerpo pecador, el oscuro secreto
el autoerotismo, el simple hecho de tocarse a sí mismo, el vicio del que peca contra su propio cuerpo (Corintios
6:18). Con o sin lubricante, crema jabón saliva, restriegos sobre la sensible
erección, virilidad sentida en su naturaleza más pura, solemnidad fálica del
ceremonial pajero, los músculos de la pelvis se contraen y relajan, hay una
música de quejidos y respiración agitada, lentos y rápidos movimientos
circunscritos a la verga gozadora, la mente inmersa en el porno o las fantasías,
siguiendo los íntimos patrones de la excitación absoluta, naufragando en el
oleaje de la eyaculación. Los chijetes, el derrame, el goteo lánguido de los
últimos estertores masturbatorios.
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