“El deseo es un
impulso centrípeto, es ampliar el mundo: cada adición es la huella viva del yo
amante.” Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. Zigmunt
Bauman, 2005.
Imágenes de los negros vuelos de tul y sedoso
frufrú en contrastes con la suave palidez de sus muslos inquietos, instrumentos
de dulces suplicio del que ve y no toca roza acaricia lame, del que no puede
insertar su mano lujuriosa entre ellos, del sátiro incauto que se emborracha en
sus visiones. Una desatada cinta rosada divide la densa sensualidad en dos
placeres golosos, el misterio siempre oculto de tus pechos y la sabrosa humedad
de tu vulva flor abierta a las obscenas vertientes del sexo lamido o
penetrante. Te observan todos mis ojos de la mañana en su morbo y su
insistencia, desde las pequeñas sombras de los rincones, desde las breves
penumbras que acogen los objetos enfrentados a la tenue luz mañanera del
cuarto, sin saber que te espío te desnudas lentamente envuelta en tu propia
reverberancia, alzan sus vuelos las negras aves del deshabillé desnudando las
mórbidas carnes deseadas. Vas a la ducha, el agua caliente te infiltra de
deseos y socava tu resistencia, tus renuencias y tus reticencias, deseas. Sales
del agua reluciente, y las pequeñas gotas transparentes se deslizan por tu
acuciante desnudez tal como sueñan mis manos ávidas de ese roce tibio e
impúdico. Te miras en el espejo, miras tu cuerpo con ególatra curiosidad
sexual, te sabes y sientes vigente, incitante aun, excitante desde siempre,
hembra de ardores y de rubores, sacra impenitente, vestal y esfinge. La toalla
te va besando dirigida por tus manos sin vanos recatos, instadas al
atrevimiento solitario, quizá algo termina de suceder entre quejidos y
espasmos, pero de esas íntimas instancias ya no hay registros.
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