Las décadas han sido vanas, rayas
en el agua, los deseos persisten en su intensidad voraz, y en las vastas
tibiezas voluptuosas de su piel pálida e impoluta. Me sumergí dichoso de
vivirla y poseerla en su plenitud de mujer madura y sagrada, impenetrable.
Venus esquiva, virginal musa de etéreas y arcaicas poesías, de silencios
afirmativos o soberanas concesiones. Hembra indiferente, distante, de ojos
dormidos y largo pelo miel, caminante eterna en el hechizo lunar. Busqué su
boca en leves besos, mi mano busco bajo las bragas, mis dedos iniciaron el
canto masturbatorio, mi otra mano se embriagó en mi verga en una masturbación
consumada solo en un vasto ciclo solar, aceleré mis digitaciones impúdicas
excitándola, sus quejidos casi inaudibles, su excitación contenida. Mis manos,
inserta una y aferrada la otra seguían el ritmo telúrico que nos envolvía en
una tempestad de cálidos vientos turbulentos. Repetíamos el ceremonial inicial,
bajo otra noche ahora sin el terciopelo de cielo en primavera, algunos besos y
susurros cristalizaban sobre el congelado mármol de su boca. Sus manos me
ofrecieron la mullida blandura de sus pechos, sus grandes pezones edípicos, mi
boca succionó con la vehemencia de un naufrago sediento. Continuó el ceremonial
onanista en su intensidad animal, primitiva, ella casi quieta como si estuviera
viviendo en otra noche más antigua, yo desaforado incrustado en ese aquí y ese
ahora. Mi dedo hurgaba su vulva surcando presionando penetrando dibujando una y
otra vez su clítoris con pequeños círculos, con roces sutiles, empapado en su
mágico brebaje. La hoguera abarcaba los deseos y los instintos, las décadas y
los lugares. Su orgasmo vino como un espasmo subterráneo, inalcanzable, eyaculé
destellando con sus mismos fulgores, derramado, mientras la noche volvía a
cerrarse sobre nosotros.
lunes, 1 de septiembre de 2014
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