lunes, 1 de septiembre de 2014

ETERNAS MAGIAS SILENCIOSAS


Las décadas han sido vanas, rayas en el agua, los deseos persisten en su intensidad voraz, y en las vastas tibiezas voluptuosas de su piel pálida e impoluta. Me sumergí dichoso de vivirla y poseerla en su plenitud de mujer madura y sagrada, impenetrable. Venus esquiva, virginal musa de etéreas y arcaicas poesías, de silencios afirmativos o soberanas concesiones. Hembra indiferente, distante, de ojos dormidos y largo pelo miel, caminante eterna en el hechizo lunar. Busqué su boca en leves besos, mi mano busco bajo las bragas, mis dedos iniciaron el canto masturbatorio, mi otra mano se embriagó en mi verga en una masturbación consumada solo en un vasto ciclo solar, aceleré mis digitaciones impúdicas excitándola, sus quejidos casi inaudibles, su excitación contenida. Mis manos, inserta una y aferrada la otra seguían el ritmo telúrico que nos envolvía en una tempestad de cálidos vientos turbulentos. Repetíamos el ceremonial inicial, bajo otra noche ahora sin el terciopelo de cielo en primavera, algunos besos y susurros cristalizaban sobre el congelado mármol de su boca. Sus manos me ofrecieron la mullida blandura de sus pechos, sus grandes pezones edípicos, mi boca succionó con la vehemencia de un naufrago sediento. Continuó el ceremonial onanista en su intensidad animal, primitiva, ella casi quieta como si estuviera viviendo en otra noche más antigua, yo desaforado incrustado en ese aquí y ese ahora. Mi dedo hurgaba su vulva surcando presionando penetrando dibujando una y otra vez su clítoris con pequeños círculos, con roces sutiles, empapado en su mágico brebaje. La hoguera abarcaba los deseos y los instintos, las décadas y los lugares. Su orgasmo vino como un espasmo subterráneo, inalcanzable, eyaculé destellando con sus mismos fulgores, derramado, mientras la noche volvía a cerrarse sobre nosotros.


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