Hay una selva calurosa y húmeda,
con frondosos y altos árboles, y densos matorrales tropicales, hay un río de
sensuales aguas tibias, hay un ámbito de soledad, hay perfumes dulzones, hay
sudor en la piel, hay una oscura sexualidad animal en el aire quieto y en la
exuberancia de la vegetación y el ruido del agua escurriendo y los cantos de
las aves. Al borde del río tibio una musa, una hembra desnuda y solitaria, cerca,
muy cerca, oculto en la espesura un jaguar, negro como noche sin luna, la mira
con ojos ávidos de su carne caliente, a lo lejos se escuchan los rugidos
entreverados de una pareja leones copulando y en el aire, ahora inquieto, se va
esparciendo el olor de sus incitantes feromonas, la musa sueña despreocupada e
indefensa, el jaguar acecha hambriento y erecto. Pumas que te rodean como
emblemas de mi deseo y como yo cautivos de los sueños de poseerte como machos
que medran ardiendo en tu celo de hembra, leopardos ansiosos de tu piel, de tu
carne tibia, de tu sabor intimo y secreto derramado al atardecer antes de huir
hacia los oscuros senderos de tus noches, ocelotes que te acechan sedientos de
ti, de tu saliva dulce que escurre de tu boca, de la sangre apasionada que
fluye en tu cuerpo turbulento y del agua y la sal de tu sudor sobre el lecho, linces
que te cercan al caer la noche del deseo, misteriosos en las penumbras de la
selva de tus instintos, silenciosos recorriendo las orillas del río de tu sexo tras
tus pasos y tus huellas, oliendo tu cercanía inquietante, guepardos nocturnos
acechando tu silueta perfumada, cazadores sangrientos, carnívoros, pero siempre
heridos de ti, bestias hambrientas de la sagrada caricia de tus manos y de la
persistencia de tu memoria en sus furias eróticas. Fluiste como el río, te
dejaste llevar por su corriente, y te vi ahí en el río tibio, desnuda, y yo era
el macho acechador, escondido en el follaje con forma de un jaguar negro, entre
las sombras, era el tigre al acecho de ti. Te miro con ojos ávidos desde la
espesura de tus instintos, desde que tu piel sintió tu propia caricia que eran
mis suaves garras en tu alma, suaves hasta que salen mis uñas feroces.
Referencias intertextuales:
A ESCRITURA DEL DIOS (Fragmento)
Jorge Luis Borges
Entonces mi alma se llenó de piedad.
Imaginé la primera mañana del tiempo, imaginé a mi dios confiando el mensaje a
la piel viva de los jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en
cavernas, en cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran.
Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando horror a los
prados y a los rebaños para conservar un dibujo. En la otra celda había un
jaguar; en su vecindad percibí una confirmación de mi conjetura y un secreto
favor.
EL TIGRE
Pablo Neruda
Soy el tigre. Te acecho entre las hojas
anchas como lingotes de mineral mojado. El río blanco crece bajo la niebla.
Llegas. Desnuda te sumerges. Espero. Entonces en un salto de fuego, sangre,
dientes, de un zarpazo derribo tu pecho, tus caderas. Bebo tu sangre, rompo tus
miembros uno a uno. Y me quedo velando por años en la selva tus huesos, tu
ceniza, inmóvil, lejos del odio y de la cólera, desarmado en tu muerte, cruzado
por las lianas, inmóvil, lejos del odio y de la cólera, desarmado en tu muerte,
cruzado por las lianas, inmóvil en la lluvia, centinela implacable de mi amor
asesino.
YAGUARES. Poema de Manuel Enrique Palma,
Arco del Fuego N° 60, 2007
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