domingo, 7 de septiembre de 2014

ECOS DEL CAMPANARIO


“Todo lo que puede suceder sucede en algún momento” Robert Lanza

Los vasos en ámbar dorado y en pálido verde, negra la blusa top y colorida la pollera de tul, la negra transparencias donde un breve pezón se ocultaba como una rosada rosa pudorosa, el íntimo bordado en el lado izquierdo de las negras bragas. La mano que asciende por los muslos entre piel y seda excitada, la hoguera a pleno fuego, su boca pecando succionando, la lengua surcando, la nariz olfateando viciosa la oriental vellosidad, roces caricias succiones lamidos frotamientos surcaciones y penetraciones, manos dedos labios lenguas piernas trabadas, bocas hambrientas. Una música vagaba por el undécimo paraíso, ellos desatados desaforados, sumergidos en una locura de sensaciones, de búsquedas del goce del otro, ebrios de prohibidos sabores insertos. La cópula inevitable con los ojos clavados en los ojos, las palabras desatadas en sus misteriosos odios y obsesiones, la mano masturbando y su boca quemando, el contraste de la ficción mentirosa de lo imaginario e ingenuo y la sensual realidad de la mano entre los muslos o los lamidos en la vulva, la boca en la boca o en la gratísima felación. El siempre quieto lecho felino se estremece palpitante en un tumulto orgiástico de altas damas de secretas noblezas, de evocaciones de antiguos nombres revividos, de acechantes faunos de peluche y de pervertidos sátiros compulsivos. Dos veces fue ensalivada y besada y lamida la tibia y suave cóncava convexa comarca lobachevskiana. Locas hélices girando cruzados sobre el lecho, los lamidos por los rumbos inversos repetidos como una invocada floración inconfesable, entregados en gracia enervante a olvidarse de todo y solo vivir y sentir ese preciso instante sublime que justificará para siempre los años mustios y los perdidos otoños.


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