“Todo lo que puede
suceder sucede en algún momento” Robert Lanza
Los vasos en ámbar dorado y en pálido verde, negra
la blusa top y colorida la pollera de tul, la negra transparencias donde un breve
pezón se ocultaba como una rosada rosa pudorosa, el íntimo bordado en el lado izquierdo
de las negras bragas. La mano que asciende por los muslos entre piel y seda
excitada, la hoguera a pleno fuego, su boca pecando succionando, la lengua
surcando, la nariz olfateando viciosa la oriental vellosidad, roces caricias
succiones lamidos frotamientos surcaciones y penetraciones, manos dedos labios
lenguas piernas trabadas, bocas hambrientas. Una música vagaba por el undécimo
paraíso, ellos desatados desaforados, sumergidos en una locura de sensaciones,
de búsquedas del goce del otro, ebrios de prohibidos sabores insertos. La cópula
inevitable con los ojos clavados en los ojos, las palabras desatadas en sus misteriosos
odios y obsesiones, la mano masturbando y su boca quemando, el contraste de la
ficción mentirosa de lo imaginario e ingenuo y la sensual realidad de la mano
entre los muslos o los lamidos en la vulva, la boca en la boca o en la gratísima
felación. El siempre quieto lecho felino se estremece palpitante en un tumulto
orgiástico de altas damas de secretas noblezas, de evocaciones de antiguos
nombres revividos, de acechantes faunos de peluche y de pervertidos sátiros compulsivos.
Dos veces fue ensalivada y besada y lamida la tibia y suave cóncava convexa comarca
lobachevskiana. Locas hélices girando cruzados sobre el lecho, los lamidos por
los rumbos inversos repetidos como una invocada floración inconfesable, entregados
en gracia enervante a olvidarse de todo y solo vivir y sentir ese preciso
instante sublime que justificará para siempre los años mustios y los perdidos otoños.
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