lunes, 1 de septiembre de 2014

SEIS FRAGMENTOS VISUALES


Apareció el rostro de misteriosa sonrisa leve, el escote cuadrado, la piel restringida a ese rectángulo pudoroso sumergido en poca luz pero visible en sus rasgos de una dulzura evanescente, en una quietud de esfinge, de estatua solitaria en las lejanías del castillo. Entonces sobrevino el rostro en plena penumbra contrastado con la inclinada luminosidad de la ventana contenida por el blanco tul del visillo. Y otra más, recostada, inclinada, la plácida actitud de la cara casi sonriente, los antebrazos en una corta desnudez sitiada reflectando el aura de luz como una visión sagrada. La florcitas rojas del mismo granate las hojas grises, el blanco mullido, la ventana reflejada en el rincón sobre la madera, la larga pierna izquierda sobre la derecha de la que solo se ve la uñita roja como un farol pecaminoso, allá lejos por los callejones de la lujuria. La dos piernas paralelas pálidas generando el valle y el cauce apretado de las piernas muy juntas que lleva al surco húmedo y caliente de la vulva que no se ve pero se intuye, las rollizas rodillas con sus pliegues tiernos e impúdicos, las manchitas, los rojos granates de las uñas de los dedos mayores en lontananza confundidos con los rojos desperdigados del edredón, la ventana reflejada en el oscuro espejo convexo de negro marco. El muslo irrumpe en su close up imponente con sus once pecas incitando al beso al lamido al roce fálico o la caricia manual, un telón de desvaído azul paquete de velas, con cuadritos blancos y anaranjados cierra la visión de más arriba, negando los paisajes donde deambuló mi lengua en los éxtasis de las escasas cópulas y las abundantes masturbaciones.


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