(Otra versión)
Yo puedo devorar tus carnes
humeantes para saciarnos el hambre y la sed en un atardecer sin crepúsculo ni
lunas sobre los hierros, ruidos y edificios, lamerte el entero sudor, abrevar
en tu vulva las aguas vaginales del deseo, anegarte de densos y lechosos rocíos
seminales, dejarte exhausta, saciada, adormecida sobre el lecho revuelto en
medio del vaho de los sexuales aromas de la copula. Yo puedo escribir por todo
tu cuerpo en su desnudez palpitante con mi lengua ensalivada los salmos del
estupro consentido, enhebrar el goce suspendido desde tu boca a tu sexo con un
hilo estremecido de quejidos o susurros, morder cariñoso tus pezones sensibles,
enredarme en negros vellos y deslizarme por el interior de tu muslos como un
oscuro pez carnívoro. Yo puedo soñarme entre tus piernas encarcelados en un
coito de bestias salvajes o en la sodomía de asexuados ángeles pervertidos,
habitar la concavidad de tu ombligo, la charnela de tus axilas o los arcos de
tus ingles, puedo insertarme en los goznes del revés de tus rodillas y en los
tierno intersticios invocados entre los dedos de tus pies. Podría incluso
desatar tus manos, exterminar ese pudor desconocido que te deja sofocada y
pendiente, rastrojear por tu piel buscando las semillas de antiguas caricias
inconclusas, decretar mis tiempos de pasajero enviciado, detener el plenilunio
o el lento derrumbe solar, evitar el otoño o rodear la piedra del invierno,
desatar la primavera o hacer cristalizar el estío para que tu boca siga
bebiendo de mi boca para siempre los dulces zumos del amor.
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