Ahí, en ese atardecer que ya es
crepúsculo, sentados conversando en una mesita de un café a la calle, a vista
de todas las gentes que pasan y ven esa pareja madura tomados de la mano
románticamente, felices de esa cita y de la cercanía, conversando de lo humano
y lo divino, de literatura, de los sueños y los deseos, hasta que la noche
fresca y perfumada por ti va entrando con el sigilo de la complicidad esperada.
Caminamos de vuelta a tu casa, te llevo abrazada, y en cada esquina nos damos
un beso tierno como si así confirmáramos la concreta realidad de ese sueño,
tomamos el camino largo que pasa un puente y un parque donde nos besamos con la
pasión de dos enamorados que se han buscado por muchos años y al fin se
encuentran, reímos mirándonos a los ojos, y seguimos paseando por la noche, hay
un aroma de magnolias y una música de boleros que viene de lejos como
persiguiéndonos. Llegamos a la esquina de tu casa, ya es medianoche y las
calles están solitarias, oscuras y silenciosas, pero gratas en ese ámbito del
solo nosotros, encontramos un rincón escondido donde no llega la luz de la luna
y nos abrazamos un largo rato sin decir palabras, y vienen los besos, cada uno
más intenso y apasionado que el anterior, las manos acarician con urgentes
vehemencias, recorren y palpan el cuerpo del otro, hay deseos floreciendo, irrumpiendo
lentos y tibios, hay susurros, manos y bocas ansiosas, y en ese preludio va
surgiendo la otra tú, tímida al principio, más segura de sí misma después, la
beso y la acaricio ya al borde de la impudicia, ella siente mi virilidad
punzando su pubis, entonces me toma de la mano y me lleva hacía su casa, la
noche sonríe maliciosa cuando entramos y cerramos la puerta tras nosotros.
jueves, 19 de marzo de 2015
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