(Versión desde el Thánatos)
En el principio de todos los
principios era el verbo, solo el verbo concebido en la absoluta cercanía
inicial, y después fue la grieta que daba al íntimo territorio prohibido, la
hendija por donde supuró el pecado los líquidos del vicio que iba a anegar los
años, las oscuras pasiones pervertidas, el eterno infierno del deseo imposible
de consumar. Y se quedó cristalizado buscando esa imagen por todos los rumbos y
los cuerpos posibles, bordeando los acantilados del origen, extraviado en los
desfiladeros de los enigmas y los tabúes, cegado por el castigo de un ansioso
rodar tantálico, de una vagancia infinita donde aquello que se busca se escurre
y escapa continuamente. Hubo mórbidas blanduras, oscuras monedas de un sensible
cobre perdido, surcos que caían hacía los más obscenos abismos, maduros cuerpos
vertidos, escondidas inocencias de impúdicas visiones, y él ahí, ciego concupiscente
embriagado por el agridulce licor de un instinto derrumbado, sin la secuencia
del ojo persiguiendo la carnal ternura perdida, siempre bajo el agobio de las
pecaminosas sombras en un desierto carcomido por una memoria destrozada, por una
visión repetida en todos los espejos venideros, sin rostro, para que el pecado
no se consume en las últimas cloacas del desespero, y un latido anterior a la
conciencia lo sumerge en el absurdo sinsentido de mendigar lo que no existe.
Hay venenosas serpientes y tenebrosas medusas, hay aguas amnióticas y un vacío
sin fondo como de pretérita ciénaga ausente, un olor a maderas antiguas y a
lluvia estilando de un ciruelo, un púrpura de dalia y una ausencia eterna.
Imagen: Eros Thánatos. Praxíteles,
siglo IV a. C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario